sábado, 27 de marzo de 2010

13:20

Los últimos vagones naranjas atravesaron el andén a la hora indicada. Algunos pasajeros se aproximaron a la salida y no hubo necesidad de dar anuncio sobre el cierre de la estación.

Permanecíamos los veinte de siempre, cada quien frente a las cámaras de seguridad, de espaldas, vestidos con pantalones verdes y sudaderas de capucha azul marino. Yo esperaba en la parte posterior del pasillo mientras los usuarios salían. Pensaba que en cuestión de horas la vieja ciudad habría quedado atrás para siempre.Era hora. Desactivé la alarma del reloj de pulso y me acerqué al centro. Los otros ya venían así que no tuve cuidado de mis propios pasos. La red de vigilancia había sido apagada. El Distrito Federal entero había sido apagado...

Mayela, Chavo y Frinee estaban en los controles del Sistema de Transporte Colectivo. Según el plan, mandarían nuestro tren para luego suicidarse. No se me ocurre qué otro final podría tener ese trío errante de personalidades variables, dementes, vacías de proporción sociocultural conocida.Los veinte nos debíamos a ellos, nuestros maestros. Sin pudor ni recato llevarían a cabo la sublimación extrapolada más auténtica de su libertad; serían capaces de finalizar con su existencia llevándose consigo toda clave de su obra, todo secreto. Y así tenía que hacerse, el misterio en el misterio, lo aprendido estaba aprendido ya.

Pensé que los recordaría como se recuerda a una madre o a un padre, en todo caso veinticinco años atrás ya habían lograron disuadirme de cualquier ilusión institucional. No tenía idea del significado que guardan consigo la familia, las afiliaciones políticas, dios… y ciertamente tampoco me importaba. Lo importante era mantenerse en pie, concentrado. Avancé unos pasos más cuando vi que ahí estaba ella.Se detuvo frente al trece veinte, alzó la mirada y contempló la cifra como si supiera de qué se trataba. ¡Cómo era posible que alguien estuviera ahí adentro con los veinte! ¡Qué había salido mal! Ella, ella, ella. Sus ojitos mustios dudaron frente al trece veinte intentando acceder a él como se accede a los dejavu; insistió en hacer la marca suya, y lo hizo. Sacó su celular y tomó una foto.

Para entonces los veinte formábamos una valla delante de la línea de seguridad, nuestro tren anunció su llegada con su rugido suave de sirena. El viento sopló y despeinó al seis, José María. Permanecí formado pero de reojo la veía a ella. Me temblaban las rodillas porque supe irreductiblemente que algo estaba mal. Ella era un intruso, un error del sistema, de los planos, los mapas y todo. No tenía que estar ahí tomándole una fotografía al trece veinte. ¡A nuestro adorado trece veinte! Ahora sentía náuseas, convencido que un cuarto de siglo, veinte vidas, la obra de Mayela, Chavo y Frinee, México entero estaba arruinado aún en sus nuevas posibilidades a causa de una fémina infiltrada en la estación. Una usuaria, sólo eso. ¡Ciberpunk! Comenzaba a irritarme. Quería arrojarla a las vías y darle muerte en ese último viaje subterráneo, la electricidad debía eliminarla. Pulsaba en mi cabeza mil y un veces la tecla borrar, veía en la flecha que apunta a la izquierda la única manera de mantener nuestros planes sin sabotaje. No fue así.

En dieciocho segundos las puertas del tren se abrieron frente a los veinte y abordamos. Ella tuvo el tiempo y la nueva existencia en sus manos. Alcanzó a guardar su celular en el morral y subió al tren.Fuimos secuestrados a finales de dos mil cuatro. Las memorias más añejas de mi infancia son poco claras, trato de recordar el dormitorio que usaba a los tres años y desde entonces sólo logro articular mi camita junto a otras diecinueve camitas. Haber privado de libertad a veinte criaturas no era un crimen castigado como grave ni en la Ciudad de México ni en ninguna parte. Los maestros se las ingeniaron para separarnos del seno materno pronto y nos cercaron en un pueblo de Oaxaca. Éramos tan pequeños que debimos llorar pero no lloramos, o tal vez sí. Se hicieron cargo Mayela, Chavo y Frinee; eventualmente nos visitaban otros adultos que dejaron de frecuentar La Rosa -la comunidad- conforme crecimos.

Dedicábamos parte del día a dibujar, cantar, resolver ejercicios de lógica en la computadora. La otra parte del día se iba en clases de zapoteco, cultivos hidropónicos y danza. No tengo ninguna queja al respecto, pero recuerdo la primera vez que leí en la biblioteca sobre un niño que celebraba su cumpleaños con piñatas y magos. Aquel personaje partía un pastel de chocolate y fue tanto mi berrinche por saber de qué se trataba una fiesta que convencí a todos para que nos hicieran una. Así fue.

Por única ocasión entraron a La Rosa adultos, muchos adultos. Fueron cinco días de celebración coronadas con un pastel de chocolate con chile que preparó Mayela. Comimos cerdo con frijol negro, jabalí en chile costero, nopales asados, tamal de charales y tepezcuincle. Los veinte disfrutamos aquel manjar como lo mejor de nuestra infancia, y desde entonces cada año, independientemente de nuestros cumpleaños, conmemorábamos a La Rosa en un gran carnaval.

Entre las bailarinas de la primera celebración recuerdo mucho a una mujer de ojos grandes y labios gruesos, morena, espigada. Se acercó a mí y puso en mis manos el pastel de chocolate con una sensualidad que jamás volví a ver. De La Rosa me gustaba la quince, Nayhelli; y la ocho, María Luisa, pero la figura de la bailarina nada se comparaba con mis compañeras. Era suave y cálida. A los doce años soñé con ella cada día hasta llegar el verano y con la frustración de un amor que nunca podría realizarse, porque el amor se realizaba en La Rosa de una manera muy diferente, renuncié a su recuerdo y sentimientos hacia ella, mi flor de Mictlantecuhtli.

Y ahora que compartía el vagón con el dos, Ignacio, y con ella -la intrusa- observaba cómo se escurría en sí misma pues apenas cerraron las puertas del vagón ella tomó asiento en la banca de la ventana, se recargó y cerró los ojos.

Su sueño era de un muerto, viajábamos a la velocidad de tres supernovas para poder llegar a nuestro destino y ella no se inmutó. La veía descaradamente perdida en su sueño y traje la imagen de aquellos primeros años en La Rosa y la bailarina, antes de comenzar con las lecciones en maya y los verdaderos planes de escape.

El traslado duró justo el intervalo que hay entre Tacubaya y Patriotismo, ni un segundo más, ni uno menos. Para evitar la paradoja que preví si ella se quedaba con los veinte tenía que haberla dejado en el tren cuyo siguiente destino era la nada. El infierno, le decía en La Rosa al once, Set; esa inclemencia sin regreso descrita sólo por las cuatro letras que conforman su nombre.

Ya había cometido suficientes errores, era un traidor al trece veinte, a los maestros y La Rosa; no arrojé a las vías a la extraña ni dejé que siguiera en su sueño hacia la nada. ¿Cómo llamarla ahora? ¿Veintiuno? La desperté mientras las puertas abrían. Ya llegamos, dije.

No se tomó la molestia en agradecer mi aviso, se incorporó y una vez que el morral se ancló a su cadera y el cabello encontró paraje en la nuca, salió del vagón.

Los compañeros ya habían salido del metro, tenían instrucciones claras de qué hacer cuando pusieran un pie en la aldea. Debían verificar los suministros de energía, hacer las conexiones requeridas para la colectividad. A fin de cuentas los veinte estábamos reducidos a eso, un grupo entrenado de hackers con posibilidad de viajar en dimensiones tiempo-espacio depositados en Axtlán para divulgar conocimiento informático libre.

Pero por absurdo que parezca yo -el cinco- no atendí el plan de la nueva existencia, ahora estaba detrás de ella a dos peldaños de salir del túnel. Ambos nos asomamos y descubrimos a la tarde teñida de malva y lila cubriendo la aldea con un tapiz de nubes que parecían de crema.
Se asustó. Por primera vez depositó los ojos en mí cuestionando lo que heroicamente iba a explicarle en unos momentos. Me preguntó la hora. Trece veinte, contesté.

Reponiéndose del miedo, extrajo su celular para tomar otra foto aunque interrumpí; bajé el teléfono muy adusto reuní los argumentos de un imbécil para aclararle que no estaba más en el Distrito Federal.

Cuando terminé noté que sudaba un poco de la frente y enseguida ella echó a reír. Se necesita ser un payaso para contar semejante cosa, me dijo. Luego bajó las escaleras para regresar al andén pero encontró el muro que sellaba ambos universos. La brecha estaba cerrada y no había modo de volver, me atreví a explicar; para entonces ella lloraba con un desconsuelo que yo no conocía. La Rosa no permitía sufrimiento alguno, nunca privó nuestras reacciones más elementales como la violencia o la frustración pero eran desplazadas de manera tal que jamás afectaron nuestros procesos de sujeción.

La vi tan humana que se me ocurrió extender mis brazos en señal de solidaridad para ofrecerle morada. Fue inútil. Así siguió llorando casi una hora, golpeando el muro o pateándolo. Se sentaba y llevaba sus manos a la cara, se tallaba y volvía a ponerse en pie. Reflexionaba. Simulaba que reflexionaba. No podíamos perder más tiempo en su circo así que saqué del bolsillo una pepa y le pedí que comiera. Accedió y dos minutos después, ebria de lágrimas me dio la mano.

Algo se me ocurriría más tarde para presentarla y tratar de incluirla con los veinte; mientras tanto estaba enfocado en ella y su torpeza. Era evidente que no estaba entrenada. La aldea celebraba con música la llegada de La Rosa. Sonaban tambores por los acueductos y varías matronas hacían ofrendas envueltas en faldas de jade.

Pronto cayó la noche. Los veinte teníamos que reunirnos en la coordenada acordada. Cuando ella y yo llegamos ya estaban ahí el tres, Carlos; el siete, Emilio; y la diez, Fillie. La vieron y no daban crédito. Cuando estuvimos todos, los compañeros estallaron en cólera contra mí y mi descuido. Según ellos debí matarla cuando pude o enviarla a la nada lo cual era mucho peor que fallecer electrocutado sobre los rieles del metro citadino.

Sugerí en la que sería mi última carta que podíamos incluirla y ser veintiuno. Pero ella interrumpió.

De ninguna manera seremos veintiuno, dijo, porque nosotros somos trece. Alzó la frente y se despeinó el fleco de manera triunfal como señalando algo. Los demás miraban sobresaltados lo que yo descubrí cuando giré por el hombro. Atrás salían de un umbral idéntico al de la estación Aragón doce personas.

Gracias a la fotografía que ella tomó con su celular lograron rastrearnos hasta la aldea –ellos- los trece. La revolución había comenzado.

jueves, 25 de marzo de 2010

Some kind of blue

A veces hace falta perdonar al espacio y su nula retentiva, perdonar al pueblo y su memoria corta, perdonarse a sí mismo cuando la voluntad se esfuma con las últimas buenas intenciones de la tarde. Hace falta perdonar al tiempo que nunca se ajusta a los caprichos, perdonar el comentario hiriente del trabajo, a la puta de Tlalpan, al chofer del autobus, a la taquillera del metro... a la ciudad. Porque estoy convencida que el Distrito muere con nosotros o resiste con nosotros, no podría ser de otra forma que yo me haya encontrado este grito urbano mientras caminaba por el valdío de mi sinrazón.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Es en vano

Detrás de nosotros
dejamos un rastro de cadáveres.
A cuántos los quisiéramos resucitar
y darles su sol y su cantar y su sonrisa.
Nada hay que pueda ponerlos en pie.
De algunos nos hemos traído el perfume
pero ellos van en sus cajas negras
río abajo.
LUCÍA SÁNCHEZ SAORNIL

domingo, 21 de marzo de 2010

Raíces

Ahí están los cuerpos cobijados en la tibieza de la tierra, observan satisfechos la hojarasca que emana del rincón en que se nombran palabras tiernas, candor de pubis. Reverdece su camino y perpetúan el tacto rugoso de sus piernas extendidas. Avanzan omnipresentes, germinan el espacio que han hecho suyo, saben cómo arriesgarse. Trepan el presente porque es lo único que tienen, aferrados a conjugar sus temblores y dispuestos a morir podrían quedarse tirados, frescos, con sus sombras.

Se aprisionan, hidratados por su propio vapor arrojado al vacío, me parece que aguardan un momento para sanarse y retorcer la espina con la furia de los animales o de las sirenas. Son criaturas desprovistas de consuelo, ceñidas a su iracundia, han de contarse secretos entre ligeros titubeos y otras magias de espasmos.
Reposan el tiempo.
Los cuerpos de los amantes se hacen sabios.


jueves, 18 de marzo de 2010

In crescendo

navego
la noche misma

luna

no puede ni debe
ser otra

remo
tu forma siniestra

silencio pantano

la flor nocturna
del tiempo lirio

los brazos
están abiertos
pero cansados

miércoles, 17 de marzo de 2010

Recuento de la llave generatrix nautilia

#yoconfieso que abrí mi cuenta de twitter por culpa de @NoloDz y en uno de varios intentos por tener vida social propia se me ocurrió crear un perfil bien-acá para incluirme en la comunidad a la que formo parte con orgullo. Sí, tuve un sueño en el cual Neuromancer me dijo en tono de epifanía: serás mi flor y serás nativa.

@pigmalion, no, ese username está ocupado por un ruso cuyo bio no entiendo (((Разнообнозноцифровой, увлекающийся гаджетами, подкастами и красотой%))) baaah, entonces que sea @pygmalion. Cyberpunk¡ El único tweet de ese cyborg dice: Picking up where Bernard Shaw left off. Catapulting the method of the true Pygmalion ¬¬

¿@pygmallion? no-no, ése perfi corresponde a un tal John Hetherington.

Está disponible @pigmallion, me susurró Neuromancer bajito y el mundo de Lucía Miranda saltó.

Sí, primero me quise leer muy chicles escribiendo un bio chingón. Recuerdo algo así como: Sreenplaying and cultural journalism, haciendo referencia obvia a mis burócratas actividades en @cinesecuencias_. Luego tendría que tuitear de cine, supuse, y me aventé aquél stream de My Fair Lady ((yo soy una dama porque usted dice que soy una dama)). Tendría que añadir: yo soy @pigmallion porque tú me crees @pigmallion.

Tweets, un chingo de tweets. Se requieren básicamente dos cosas: querer tirar la hueva en grande –procrastinar o lo que ese concepto guarde para sí- y tener un deseo oscuro e inmisericorde por hacerse el chistosito a cuadro. Treparse a mi adorada Telaraña no es cualquier cosa. Hay que ser lo suficientemente compulsivo para ir por más, siempre por más ñ_ñ

¡Haberlo sabido antes! Si Freud viviera diagnosticaría que twitter es la condensación, desplazamiento y sublimación de todos mis actos, faltos de moral, con hedonista libido exponencial al infinito. ((FELIZ DÍA DE FREUD))

Me he divertido, en serio.

Llegaron las linditas!! Corran¡ Tan pronto como salen de la cloaca me apresuro a convertirlas en flores, nunca a aplastarlas y es muy digna esa misión en el timeline. Gozo.

¿Qué es una lindita? Siguen preguntando y francamente me cago de risa. Tendrían que saber para resolverlo que no hay día infeliz en twitter, #nuncamasunmiercolestriste #martesdemezcal #juevesradiohead #musicmonday#follonenviernes. JUAR¡ todos mis días haciendo tweet son tan complejos e hilarantes que demandan de mí sólo algo: comunicarme, sin reparos ni pena, entre #cuate(s)

La producción de sentido (via twitter) ha ido más lejos de lo que pensé, a principios de año me animé a reabrir mi blog, me obligué también a moderar las cantidades industriales de feliz-SPAM con las que atiborro sus timelines, le declaré mi amor al Señor Moedano, me ha dado por ser Pola Weiss…

María Elena, Lobo Malo, Real Visceralista, Perro Salvaje, Dolores Luna, Danzar de gesta, Perversa Polimorfa, Lucía Miranda, La Bruja, @barbicondechi, todas y las que vayan apareciendo estamos felices de tuitearles. Ojalá no acabe nunca.

Gracias a ti no dejé de bailar, me hice una melómana extravagante, lectora asidua, niña de seis años, reliquia, líder de opinión y una desmadrosa ávida de tu siguiente gorjeo ((probablemente también me convertí en una gran mitómana, retorcida mitómana)) y tenía que agradecértelo porque ahora –como es mi costumbre- puedo ponerme proustiana para recordar nuestro lenguaje, que se extiende como el humo colorido que desprende una mandala al desdoblarse.

Sé que si escribo en este momento que bailo tango, duermo y despierto contigo en mi cama de fresas, te (A)brazo, soy tu sonrisa de-los-liquits, eres mi Palabra Precisa, #cafeinacorrepormisvenas, sigues siendo @inconstanti, #chinguesumadrecalderon #pequeñoanarquistailustrado, hola Mr @fandoeros, #yaquieroquelleguelfinde, #vamosafumarnoseso, envío un saludo hasta Titán, estás bien-pendejo mano, buenos días compi, ¬¬ deja de monearte, tu voz es de pera xhamanini, cuánto me gusta el jugo… de mandarina, corramos el Delorean y viajemos en el tiempo; tengo la absoluta certeza que sabrás que estoy hablando de ti. No sé cómo lo hemos logrado pero merece celebrarse porque celebrar #esbienbarrio y me pone muy feliz.

GRACIAS @Oldbudy @elcacabonita @Mathob @NoloDz @Region4tvRich @Ander @eseMendiola @Hermanita_ @pinheadsito @xhaman @inviernofunk @jpensamiento @La_Guadalupana @KidAtocha @fedroguillen @rociotero @efelantebalanco @paozen @Clitemnistra @Morf0 @tattoo_hunter @absolut_valium @robot2x1 @bitalicious @sanchola @miss_huntington @alaide @LauraDark @isopixel @betosalva @zombiemx @Esquiza @amerikapa @brujamota @deibe @salomonmecenas @HUOVARA @Cuidadito @Navegaciones @mxrush76. GRACIAS @habiaunchorrito ((risas)).

GRACIAS por saltar de este absurdo virtual a mi realidad, ésa que se me pone ruda en la cloaca, nos escupe a la cara esperando algo de nosotros, buena vida e incógnita para desbaratar poco a poco en la montaña, en el rancho o en Cuetzalan, en las chelas del Corona, en un concierto de Kashmir o Depeche Mode, en una sesión de Café de altura, en un Tequila Valley, en un bar de Sanborns, en las pulcatas, mezcalerías y en el Blackhorse. No se olvide también de los tacos noctámbulos El faraón ;)

Kissitos Felices para quienes aún no conozco pero son de mi familia igual. Probablemente coincidamos offline un día y sé de cierto que las risas nos están esperando. Pura bandera chingona, me cae.

De verdad la han armado en grande y no tengo más que pedirles me acompañen hasta el final de mis apocalípticos tweets, dándole vida a ***Galatea*** como sólo nosotros sabemos hacer. Sumando, troleando y tuiteando por aquí y por allá.

Cierro esta postal con palabras robadas, escritas por uno de ustedes a eso del veintitantos de diciembre:
Tengo un reloj enfrente que mide lo que no soy, nunca aprendí a leerlo –A. G. Moedano.

Sabia la forma en la que aprendo a ver las cosas en sus letras, no recuerdo bien la palabra en otomí, si me hicieras favor de tuitear el término, escribe GRACIAS otra vez.

martes, 16 de marzo de 2010

3. Escribir de sexo es más fácil

Allá afuera, en unas horas, bramarán las voces de cientos de personas en su afán de exigir al sistema libertad. No sé de qué tipo, ni en qué proporciones la busquen, tampoco sé si el bando de derecha considera los esfuerzos del bando de izquierda por sobresalir en medio de su cotidiano sinsentido. Quiénes suspenderán actividades, no lo sé. Quiénes saldrán a defenderse, tampoco. ¿Quiénes deliberarán su lucha, su obsesiva lucha, para ajustar cuentas, para salir de su mala fe a través de su mala fe? Francamente no sé.

Y escribir no-sé presume que he revisado millones de datos para aclararme en el asunto, supone también que mantengo una postura y ésta deviene ideología, conciencia de clase, burguesía con iniciativa. Pendejadas.

Sostengo el término porque en novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve datos no he encontrado uno sólo que apunte a una revisión sustentable en términos éticos. Sí, muy bien, loable y sobresaliente la necesidad de tomar casi por moda ese oscuro concepto, lucha-social; proponer fines a los demás como una búsqueda de la realización política, se subraya por encima de cualquier otro tipo de iniciativas, entre ellas la participación cultural y la producción artística, por ejemplo. Pero la valorización del sujeto por sí mismo y sus pretensiones (políticas) tendría que acercarse más a un ejercicio sartreano el cual lleve a la concreción de actos válidos en un esquema que exige ante todo facticidad.

Las implicaciones éticas de cada momento histórico deben ser prioridad sin quedar relegadas a discusiones de academia. Para algunos atender esta agenda es redundante y lo entiendo, los motivos de movilización son evidentes pero en terreno mediático todos necesitan una explicación con manzanas, así de simple.

Por pasos. El primero: cuestionar el código moral. Estar en el mundo, con actos y elecciones trasluce una serie de valores desgastadísimos, pero necesarios para ajustarse y hacer del espacio un lugar de interacción desprendido de dicotomías caducas con protagónicos y antagónicos como hilos conductores. Sin amos ni esclavos, vaya.

El malestar en la vida pública, propone Victoria Camps, induce a la evaluación del estado actual de la política, donde precisamente se habla de crisis, incompetencia, falta de responsabilidad, desilusión, fin de época y fracaso; es decir plantea la necesidad de incidir en la discusión ética para hacer realizables las propuestas que vienen desde-abajo (únicas importantes en este texto).

Derrocar normas institucionales incluye derrumbar labores de convencimiento; los imperativos categóricos pueden transformarse en auténtica responsabilidad toda vez que se extienda una crítica a la razón dialéctica. La rebelión de las minorías tendría que gestarse desde la aceptación de la angustia vista como valor en medio de la precariedad.

No hay conciencia colectiva, digo. Hay suma de actos individuales. Saltos que van de lo existencial a lo político. Me ha interesado dejar este principio aquí porque es el que me mueve a la afrenta del millón de datos.

Muchos renglones están destinados a revolcarse en un lodazal de moralidad sustantiva, en el como-dijo-dios-padre, en las palabras que decoran la compleja trama sexual (no genital) de los sujetos; resulta conveniente ajustarse a otro tipo de premisas, por lo menos desde el panorama de la información –por ejemplo- ceñir ligeramente que el otro siempre será conflicto, pero cuando he elegido al hombre, me he elegido a mí.

lunes, 15 de marzo de 2010

Bleu

Me preparé para una operación a corazón abierto,
donde la tensión reina y la acción se susurra.
La dirección es en ocasiones técnica,
la cámara un escalpelo sin ser sentimental.
Sólo el propio acercamiento.
Azul.
El resto es todo mío.
JULIETTE BINOCHE

jueves, 11 de marzo de 2010

Destinatarios

Horacio:

Anoche pensaba en el silencio, en mi forma de interpretarlo siempre mal. Me parece haber escuchado a mi sombra gruñir con esa frase insensata en la que anunciaste sin premeditación: te estoy halagando.

No señor, de ninguna manera, al menos la madrugada de ayer no fue así. En mi francés de ronchas lancé un último disparate: au-revoir-mon-ami. Cerré la computadora. Adéu.

Poco después al teléfono escuché: es sobre Raúl, ya no se pudo hacer nada.

La noticia por encima de las probabilidades no me calló -al contrario, abrió el ruido- dejó entrar al diablo. Muchos sonidos, todo el sonido, intentos de sonido, fracasos de sonido, aquí. Depositados en el gozo de penetrarme me tienen rodeada, no sé a dónde vamos; ellos conducen a toda velocidad y me llevan de copiloto para que no pierda detalle y lo recuerde todo bien. ¿Y el halago?

La tiranía del ruido hierve en las venas y con toda conciencia de su ingratitud me ha aclarado que el punto de ebullición no llegará por ahora, no habrá sacudida ni desahogo, sólo un grito esclavo que no saldrá porque no hay boca.

Me mareo. Alcanzo a preguntarme dónde está mi boca. La tiene Arturo, recuerdo. Debí pedírsela aunque no supe dónde ni cómo hallarle, él en su ciudad, yo en la mía; más el tremendo lío que sería pedirle mi boca y seguramente tener que devolver la suya. No quiero darle su boca, me tiene amándole por las comisuras. Se complica por partida doble: esta boca no grita.

Regreso a la muerte de mi amigo varado en Chile, una voz sin procedencia transforma todo acto, y en algo tuviste razón, quisiera vaciarme. Llorar no esgrime el ruido ni el egoísmo. Tenía que escurrirme de alguna forma, te escribo.

Y te lo he contado así no sé por qué.

Leí tu carta otra noche y antes, cuando el silencio, tenía muchas ganas de contarte cómo regreso a casa en las noches. Algunas veces voy pensando en mis asuntos, otras voy queriendo lo que quiero. Y siempre me pasa en el cruce del metro Tacubaya igual que a ti. Hacen fila las palabras, entre ellas se recorren, cobran sentido y riñen para esculpirse. Las anoto en los labios y me cercioro de cargarlas en la bolsa aunque más tarde con las manos en el teclado, vuelvan a desperdigarse y a hacer su polvareda, que no entiendo.

Nuestra epístola estaba escrita hasta aquí, he abierto mi archivo para terminarla. Ya es jueves. Los sonidos gestan su revolución adentro, en el pecho. ¡Caray! Vendrá la rebelión y yo bailando en las cloacas, en el intercambio de las bocas y otras fortunas, coreografiada en espirales. Me hago paso entre la zozobra y la muerte. Raúl y yo seguimos en silencio, pero insisto, no me halaga. Hace un par de semanas tomé una foto en el andén porque quería escribir algo sobre ella, creí que las palabras habían cedido a mis caprichos, vaya broma.

Con gratitud, María Elena.

lunes, 8 de marzo de 2010

Cárites

amanezco

luna temprana
hora desierta
grácil frescura

medio día
copa menguante
flor calentana

letra ajena

núbil

me prohibo
la soledad