domingo, 21 de febrero de 2016

El superama de la narvarte



Narvarte. Baby boomers. Esas tardes cuando cogíamos el auto, sábados eternos, o llegaba a tu casa y te encontraba limpiando, y creíamos religiosamente en todas esas cosas prescindibles que venden en el supermercado.

Narvarte, su olor a tacos, el barrio presente algo trae hacia mí de cuando éramos más jóvenes, cuando nuestro pan de cada día era tu cocina naranja y no me destruía tanto, ni recibía mensajes por celular de media tarde, ni me comunicaban que murió aquel pariente al que vi tres veces.

¿Sabes? Mi vida es el breve intento de subir a la superficie, inventarme familias, pero la muerte. Ya de todas maneras también estaré triste en otras canciones sin nuestra casa que fue perfecta y fue jaula, sin tu carro negro a punto de desbarrancarse en la sierra, sin hacernos el amor fingidamente quizá pensando en barcos y navegaciones.

Este sábado parezco otra, me pinto los labios en el metro, voy al mismo supermercado y compro mucho bourbon y soy más cínica para recrear imágenes de mí que pudieran reconfortarme, pero cómo si llega un mensaje a las siete de la tarde confirmando la muerte del pariente lejano al que solo vi tres veces.

Cómo, si me da lo mismo llegar o quedarme, si mi cuerpo de treinta años es un planeta en el que recién he aterrizado y ya no vamos al súper, ni fumo en la ventana de la cocina naranja mientras lavas los trastes. Y cómo si no sé de ti hace tanto y parece a primera vista que en mucho tiempo estamos mejor.



miércoles, 17 de febrero de 2016

El misterio de la blusa que va a desabotonarse

Parece que quedó claro.

No son los días amontonados entre dos los que trascienden, ni las caricias y cuanto pretexto encontremos para compartir.

Lo que sostiene mis huesos es la palabra, su desnudez y valentía.

Es regresar a las heridas abiertas y darles la bienvenida, irlas remendando con cautela, escuchar lo que no se dice pero de un hilito se sostiene.

La certeza, primero por lo gramatical luego por categorías más existenciales, la vinimos a encontrar un día perdido cualquiera.

Sobresale que en tu vida y en la mía fuimos mucho, para saberlo ya no es necesario que aparezcas.






viernes, 12 de febrero de 2016

Caborca

Ojalá abran pronto las puertas del infierno porque nos vamos a romper de nostalgia.

Acumulo postales con sus perros lejanos y otros baldíos de pisadas errantes donde se pide mariguana pa sobar.

Siento que es hora de dejar de hablar en primera persona. No sin antes mirar cómo las palabras se desprenden del cuerpo a la sombra de lo que se quiso ser pero ya sin tiempo.

No he resuelto entonces cómo comunicar aquello que no es necesario decir ni por ti ni por mí, sino por el uno y por el otro.

A ver María vete a fajar con aquél como adolescente perdida. O tú, Ponciano, toma la carretera con el apetito vacío.

Salgan disparados del planeta, arrebátense unos besos de bacanora, sean nobles, atínenle a los satélites que se asoman en una noche estrellada, abran paso a esas miradas urgentes.

Suéñense atravesados por un rayo de luz después de las cinco de la tarde. Vengan y canten por mí un himno a los fantasmas pero con mucha cólera.

Y tú Fidencio toma la guitarra, desgránala, ve a aventar ese maíz y cosecha amores ausentes.

En este cerro todavía de esclavos atinemos a piscar trozos que se reparen en sueños y nos dejen, primordiales, hechos uno al otro día.

Es la hora que no sé escribir de un nosotros. El minutero de quienes vivimos con la sospecha de ser nadie quiere contarnos algo pero no puede.

Un cómo sin respuesta, la cifra que no se ha contado, la antesala del estamos solos, nuevamente.





martes, 9 de febrero de 2016

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Si tú supieras que estoy más triste y absurda que la visita papal, o si supieras que no logro tener dos días geniales consecutivos, que ahí está el frío que cae como una lápida en el cuello cuando dejo la oficinita y últimamente personas cercanas me han dicho que tiendo a querer pasarla mal.

Y me asomo al día a día y está peor que nunca, y no importa si decididamente me guardo el deseo a un costado del nunca será.

La cena fría se sirve: whisky y blog puntuales,  como si la salvación en turno se tratara de escribir hasta esas playas a las que quise viajar contigo.

Porque ahora que hablamos de sonidos déjame te cuento, esto suena muy parecido a un remo que se sumerge en el fango y apenas sale a superficie, de manos astilladas de navegante en el fin del mundo, de ballenas que ya no quieren ganar.

Ni tendrías por qué saberlo pero te cuento, el egoísmo es así y uno arrastra consigo lo que tenga enfrente, destruye pero finge que no, es violento pero finge no.  Nos envuelve en un sax desgastado y noventero y algo recuerda de otras horas cuando no éramos tan neuras y solitarios.


domingo, 7 de febrero de 2016

El mensaje de los trastes sucios

Otras noches solo se trataron de llegar a pueblos perdidos de noche, con ese temor de deslizar los pies sobre un asfalto que no es el del barrio cotidiano. Y avanzar a oscuras.

Y postrarse en alguna butaca para ver mal cine e intentar desconectar cables. Ojalá fuera posible desvincularse un poco de tanta tosquedad, de los novios con sus novias en las otras butacas, de las relaciones de poder que atinadamente nos escupen en la cara de alguna manera. 

Otras noches solo se trataron de intentar desesperadamente guardar al ego en algún clóset, dejarlo ahí hasta que aprendiera a no consumirlo todo en mi cerebro; o más bien intenté que se trataran de abrir espacio para imaginar cómo sentirá el agua cuando se deshiela.

Ahora pienso más en los lugares donde tengo posibilidades y en aquellos sitios donde seguiré postergándome hasta el fracaso. 

No quiero que la vida se me convierta en un protocolo de ir palomeando aquello que ya hice para estar bien y aquello que no hice para no estar bien. Como si no lo intentara lo suficiente, como si no repasara una y otra vez lo que no hago, lo que no alcanzo.

Quisiera escribir de la tierra y el fuego porque ninguno de estos malestares valen las líneas y líneas que desperdicio en explicarme. 

Quisiera que mi corazón cerrara sus heridas mirando esos árboles invadidos de mariposas, confundiendo su aleteo con el viento y el aire confundiéndose a su vez con aquello que precisa quedarse más y más en el pasado.

Ahora sé que odio los viernes, no hay día más solitario en el mundo, nadie está. Era el día de la semana que preferentemente mandaba todo a la mierda solo para quedarme contigo, estuviéramos o no; los viernes eran de nosotros, los habitábamos.

También es cierto que detesto cada vez menos los domingos, sus asados interminables, su cinismo y claridad para dejarme mensajitos en los trastes sucios. Los domingos son para escribir mis idioteces y cada vez me parecen más reconciliables. 

Su nostalgia avanza, los retratos de la pared persisten, este ritual de teclear a ninguna parte me hace sentir menos perdida, deslizando los pies sobre un asfalto que no es el del barrio cotidiano.