Los primeros días de libertad eran muy blancos, la niebla caminaba sinuosa las horas, como brillo de mujer evaporada, tras los besos y la calma.
Finalizaba el invierno. Musa no era más que un apetecible cadáver, cada segundo sideral marcaba una nueva línea en su cuerpo, profunda, caudal. Era anciana, con la boca partida, como aquellas brujas medievales que rebasaban el medio siglo de vida, absolutamente seca, casi crujiente.
La noche anterior a todas estas descripciones, ella cogió la llave y quitó el grillete a Minotauro.
Pasaron muchas horas incomprendidas mientras musa y Minotauro caminaron, explicándose los primeros días de libertad. Todo sería mejor, incluso mejor que el socialismo bananero que ciertos subdesarrollos describen como "mejor".
Sobre todo era extraño la calma de aquella charla, ella iba diciendo con su voz ronquita al otro que ya no era esclavo. Alcanzaba a sentir el calor de la respiración de Minotauro y pensó vagamente en el génesis del mundo.
Y por fin estuvieron en la salida del laberinto. Asombrados.
Mañana era una noción mediocre, después los primeros días de libertad abarcarían en adelante todo el calendario. Así pues, en consecuencia, durmieron.