jueves, 16 de enero de 2014

Comprendo

Comprendo. Abrimos los ojos y despertamos al absurdo, nuevamente a las flamantes tarifas del metro, a nuestra cercanía incorrecta, a lo grave que es escribirte de mañana con un café que no responde.

El presente nos despertó a 1ºC, volcados en sábanas que no queríamos, con esa compañía incondicional que soporta el ego maniaco que se altera gritando quiéreme. O necesítame.

Las lecciones apenas son eso, un recordatorio de lo que no puede ser porque no hay manera, y no hablo de esos amores platónicos que vamos coleccionando como obsesiones para creernos que hemos sentido. 

Y es más, es mejor quedarse en silencio, observarte así y asumirme así: sin posibilidades. Porque siempre nos depara un cotidiano que todo lo jode, una esposa madre de tus hijos, una compañera de hace un sexenio, una familia con las expectativas más grandes del universo, un novio idiota, un matrimonio por conveniencia, un amo y esclavo de toda la vida, un optimismo recién desempacado. 

Pero el asunto cobra complejidad. ¿Y si lo replanteamos? ¿Qué pasaría? Qué sería si un día apareces por aquí haciéndote el chistoso. Dime qué pasaría si sujetamos este excitante pincel de invierno para pintarnos acuarelas. Si vienes o voy pero sobre todo si nos preguntamos qué queremos. Otra vez, después de esas estructuras sistémicas roídas y costumbres que están por desmoronar nuestros mejores tiempos.

Si intoxicamos a los vecinos y nos tocamos con cinismo entre la lavanda y los retenes. Hay demasiada policía en la ciudad ¿sabes? Y pretextos.

No hay tal. Los asuntos domésticos me parecen vomitivos, los desayunos tibios me provocan un poco de náusea, lo digo con el amplio conocimiento de las sillas azotadas, de los trastes sucios, del qué haré con esta cueva que en unas semanas va a quedarse medio vacía pero llena de asombro e historias más íntimas que me permitieron, por fin, relacionarme con el mundo.

Yo tampoco sé. Sólo una cosa: no quiero que esta pequeña balsa se inunde de habitual normalidad. Y ahora que lo encuentres, que lo comprendo y lo digo, piensa en lo que éramos antes cuando las semillas y despídete de mí frente a toda esa gente que mira en el vagón. 

Por cierto, el té de mandarina fue un desastre...