martes, 25 de abril de 2017

Una veintena de días

Parece una divertida coincidencia
y sin embargo no lo es 
que en una veintena de días
no ponga un pie en el diván, ese silloncito raro 
para depositar cada jueves las peores 
expectativas de la galaxia. 

En particular ese lugar en el universo entero 
donde edito frente a un total desconocido 
este discurso breve 
de mi particular existencia 
y formas de habitar el mundo 
que le acompañan. 

Así como las plantas. 

Se me ha ocurrido que 
para celebrar este primer aniversario de vérmelas 
con un psicoanalista cada semana 
debo quejarme menos concentrarme más

aceptar lo posible.

Subir al Machu Picchu, 
estrenar una columna como hace todo mundo. 
Disfrutar.

Ponerle cara a este deseo que parece demasiado mío, 
sostenerle con un aviso de me quedo 
por tiempo indefinido. O no. 






miércoles, 12 de abril de 2017

Una temporada con Lacan

Mercurio retrógrado se expande por las habitaciones de mi casa. No estoy acostumbrada a decir "mi casa" respecto a este espacio, siempre preferí nombrarle "la casa de mi madre", "planeta lu", o cualquier apodo.

Hace un año que voy a psicoanálisis.

-Te leo un poco en rush en twitter. ¿Estás bien? -Preguntó Ana Laura aquel día que marchamos juntas sin siquiera conocernos. Su psicoanalista está de vacaciones.

Y a decir verdad nunca había llorado tantas veces en el metro.

Es muy extraño aprender a no cobrarse el autocuidado como lujo expuesto en el aparador de los logros personales. Es muy raro aprender a decir estoy creciendo y ya.

Hace tiempo no huyo a ningún lado, y con esto no quiero decir que ahora sepa quedarme, comprometerme, asumir.

-No te dejaste caer, te caíste.  -Dijo el analista la pasada sesión.

Tal vez encontré la metáfora de mi vida y en consecuencia borré todas las fotos de mi ex; eran tan pocas que me pregunto pero cómo puede ser. No se comparten cuatro años así como así sin tener solo diez selfies.

Renuncio cada que puedo a esta versión de mundo limitativo. Quiero tomarme 700 selfies y qué.

Me siento muy triste todavía pero ya no tiene que ver con alguna persona y otra. No es el fin del mundo, también me siento amada y escuchada.

Desistí a tener una mejor amiga, una mejor condición laboral, un padre cariñoso que no me deje plantada y quiera aparecerse por ahí con el único propósito de lavar su mala conciencia.

¡Es más! Compré una maleta cara y renové mi pasaporte por diez años, para irme sin consultas populares previas, sin los consejos de otros cristianos, sin la excusa de hacerme la muy enamorada.

Total que me he despedido -eso sí, con intermitencias- de aquellas personas que no pueden amarme nomás porque no.

Y con todo mi miedo, todavía a oscuras esperando renombrar cada cosa, escribiré una columna mensual en una revista de cine, me las veré repitiendo las mismas canciones, el mismo Bad Moon Rising, el mismo you don't know what is life.

To love somebody.

La misma pésima caligrafía. La misma necedad de prohibirme calcular la vida en saldo a favor o en contra.

He entendido -eso sí, con reservas- que nada tiene de malo acudir por un abrazo cada martes por la noche cuando el mundo no da de sí.

Y es más lo agradezco. Porque a estas alturas no sabría nombrar este día a día sin las bromas de Emmanuel, sus abrazos y su gatita, nuestros agaves. Nuestro presente.

No alcanzan casi cincuenta minutos para escribirlo todo.

Hasta aquí dejamos por hoy.