A continuación, un malabar de fuerza centrífuga.
Llegado el punto en que uno crece y parece más idiota, adulto y ya, es más sencillo caer en cuenta de la gravedad de dos situaciones:
1.
Las personas que te aman profundamente tal vez ni siquiera te acompañen, no les verás con frecuencia ni en las comidas familiares que valieron la pena, ni en los hospitales mientras tu padre, ni en menores asuntos.
Aquellos tendrán muchos amantes, más de los que te enteres, y es cierto que querrías abrazarlos a todos por igual. El amor y constancia de quienes te quieren entrañablemente será develado cada tanto pero muchos años después, ya sin remedio, y jamás volverán a explicártelo porque no lo necesitas.
2.
El siguiente confín se dibuja con la llegada de otros seres provenientes de más lejanas galaxias, los mismos que hacen la lista de gente que jamás te va a querer como tu ego lo demanda y gente en la que no querrás depositar más afectos porque ya de por sí estabas un poco traumado.
Será mejor que compartas un poco la mejor versión de ti mismo con esos seres porque escriben contigo un presente tan imperfecto como bello. En esa antípoda crece la singularidad del amor para dejarse caer, el único posible cuando entre dos, el uno cuida al otro y viceversa.
Porque no hay nada mejor que sentir, más o menos pero sentir, a manos llenas
las dos manos.