1.
Esta mañana tomé el metro para llegar a una cita de trabajo a hora y cuarto de distancia del lugar que es mi hogar. El desvelo de siempre, las pocas ganas de siempre, el ayuno de casi siempre, la impuntualidad de siempre, la limitación. La falta.
2.
Encuentro frente a mí a una mujer joven, calculo que tiene máximo treinta y cinco años, pero quizá tenga treinta como yo que le miro. Va sentada y saca sombras y rímel barato de una cosmetiquera muy vieja y sucia. Le miro las medias y me parecen infantiles, son caladas y de rombos, se notan viejas. Me sorprendo criticando a esta pasajera que no conozco, cometo el crimen de pensar en aquello que no tiene.
3.
A un costado de la mujer viajan dos niñas y pienso que son sus hijas, una tendrá diez o once años, carga a quien debe ser la menor, una niña de dos años que bebe leche de un vaso entrenador. La mirada de la más pequeña sobre "la madre" es desafiante, casi de enojo. La mirada de la hija mayor es curiosa, se asoma a la otra. Es que casi podrían ser tres hermanas.
4.
Leo en algún lugar de mi delirio que la hermana mayor se dice así misma que quiere ser como su mamá, y qué gala maquillarse, pintarse los labios, usar tacones. Para entonces he sido descubierta, la niña mayor me ha visto y sonríe.
5.
La mujer mayor frente a la niña mayor comparten secretos, me gusta esa complicidad entre ellas, hablarse bajito, reír poquito. Ni por un instante la madre ha dejado de maquillarse pero la máscara va quedando fatal; el delineador ha quedado chueco, el polvo ha sido demasiado, las sombras van en un color poco discreto para esas horas de la mañana y encima el bilé no combina en lo absoluto.
6.
Pienso en mi madre y en las siguientes cincuenta sesiones que seguramente tendré que recetarme en diván para descubrir algo que no sé o que siempre supe. Es el horror, siento náuseas por el desvelo, me miro reflejada en la ventana del metro y aparece el monstruo en mí: es que me veo infantil y llevo las peores ropas para el trabajo, y además, no me he maquillado, tal parece que no estoy asumiendo con suficiente severidad la adultez.
7.
Ha ocurrido nuevamente: me humillo.
8.
El tren sigue su rumbo. Miro de nueva cuenta a la supuesta madre y noto una repentina supuesta tristeza, trato de justificarla con el pretexto del maquillaje barato que acentúa algunos rasgos en su cara. Pero no. Está triste. Las hijas seguro lo saben. Así se formulan los pactos con el dolor.
9.
Llegamos todas a la estación Centro Médico, las compañeras de viaje salen del tren, las despido con un breve ademán trazado en el aire. Un largo adiós como en aquel libro de Conrad.
10.
Por la noche recuerdo todo este trance matutino y soy capaz de recordar también cuando mi madre compraba zapatos afuera del metro. Recuerdo esas mañanas de salir de casa para ir a la escuela con el sabor en la boca de un mal chocolate con leche.
11.
Mi madre en tacones, minifalda y medias, con su cabello rizado con base permanente. Ambas caminábamos por los adoquines afuera de esta casa, en la calle que todavía hoy recorro cada que voy al trabajo, 25 años después. Allá va ella con su hijita de siete años a quien le paga la escuela con demasiados esfuerzos, allá vamos ambas mientras recito de memoria las efemérides para la próxima ceremonia.
11.
Algo aquí espera sanar.
martes, 18 de julio de 2017
Suscribirse a:
Entradas (Atom)