jueves, 14 de julio de 2011

Anarcofeminismo

Irina atendía la cafetería de la calle Mixtecos hacia unos seis años. La miraba como a un animal extraño, indefinido entre una lista muy larga de fobias y el valor necesario para levantar averiguaciones en la clandestinidad. Nunca asexuada, salía con un sujeto lleno de tatuajes coloridos con forma de calaveras mexicanas y caracoles de todo tipo. Pero sí bastante radical. Vivía en la okupa anticapitalista, no comía animales, era muy rara pues.

La vi servirle un café a un fulano y aquello me distrajo la lectura; no presté mucha atención en el cliente, más bien en ella que algo apenada se atrevió a decirle que se miraba guapo.

-Quién te viera, hasta podría decir que eres guapo. -Le dijo.

Luego se sentó en su mesa y le alcanzó un libro.

-Yo creo que deberías leerte esto, limpiarte los mocos y volver a darle la cara a la vida, Juan -continuó con mayor confianza- no es posible que sigas estancado en ese amor que nada bueno te ha dejado. Tú sabes que somos compañeros, la lucha nos ha unido bastante pero me desconcierta que no quieras ver lo obvio.

Irina agregó:

-Alguna vez me gustaste mucho ¿sabes? allá por sexto o séptimo. Creo que nunca te perdonaré que hicieras a un lado las asambleas y el trabajo del colectivo por estar con ella; todavía dijeras una mujer lista, pero no. ¿Cómo es posible que hayas cedido tanto de tu soberanía a una ingenua así? Es infantil y fresa, vive absolutamente desinformada, quizá a lo mucho tenga un chococrispis en la cabeza. ¿Te das cuenta? Perdóname, Juan, pero no soporto esa idea, aún no logro reconciliarla y quizá nunca lo haga. Esto lo veo como un fracaso, y no para mí sino para las mujeres.

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