Me caen mal las parejas que se tratan entre sí como idiotas, pero eso se sabe. Y sus celebraciones a la esclavitud y ese darse las manos, los labios, las desconfianzas, para decir eres mío de nadie más. Desde aquí, cotizo más alto mi soledad del día a día; me sirvo café a las seis, a las diez y a la una. Miro el plasma del monitor inevitablemente inundarse de tu nombre y aparece muchas veces y repetido como si fuera un rugido de peces burbujeantes. Las sonrisas de lunes se reparten, miro a las oficinistas maquillarse las pestañas; hacerse papiroflexia el deseo. No te pronuncio. No hay por qué. La lengua es esa suela con la que salgo a caminar de zapatos desgastados.
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