¡Bienvenida sea la creatividad! Bienvenida. Para observar el cuerpo y todas sus secuencias endócrinas con que se percibe a sí, en amplitud, en unidad. Éste no es un mensaje pacifista, ni forma parte de la ridícula cantidad de estampitas publicadas en redes sociales; tampoco se trata del autocomplaciente escrito pragmático utilitarista. Le voy fraguando más bien como un rezo, sobre las cosas que día a día se edifican y adquieren fortaleza; lo digo porque en este particular momento el tiempo y la paciencia alzan su señorío negándose como espléndidas divinidades, porque hay que trabajar bien duro, porque después de partidas encantadas y desencantadas y pesadillas y nuevos (¿o viejos?) monstruos hay que pasearse por las ruinas de uno y luego qué.
Los bestiarios permanecen.
Una selección de cuentos colonialistas espera ser reproducido, brutalmente; aguarda ver vidas rascacielos, vidas concreto, vidas traducción etimológica. Superestructuras.
En su desamparo, la patrona creatividad poco nos dice de frutas, nubes, paseos; no cuenta nada, no es testigo alcahuete de las cosas que hoy por hoy no hacemos pues porque no.
Así el prejuicio se alimenta, nada salva de las cosas que lastiman-pesan-duelen. C'est la vie. Podría ser que allá un buen día, la creatividad nos sorprenda usando barniz de uñas o acudiendo a la asamblea del monte. Que nos sorprenda buscando cachaza, asando chiles, lavando maíz. Urgando en libros viejos, urgando bien abajo en la conciencia, donde impera esa necesidad incandescente de abrazar nuestros mejores segundos y otros cabos sueltos.