Cuando era niña solía pasar los veranos en el pueblo de mi abuela, su casa estaba junto a un cerro-cantera, del cual extraían piedra para una construcción altísima que nunca se concluyó. A eso de los nueve o diez años me iba con mis primos Héctor y Mónica a ese cerro, siempre quisimos ver una bruja, ese era el objetivo principal, también escalar. Nunca vimos la famosa bola de fuego, en cambio rescatábamos perros, si encontrábamos algún cachorro le dábamos de comer e incluso recuerdo que una vez le arrancamos cardones a uno muy chiquito que no dejaba de llorar.
Teníamos una casa del árbol sin casa, pero pasábamos horas entre las ramas, buscando insectos y demás.
Un día mientras "escalábamos" todas las piedras se movieron, un derrumbe nos tiró a una altura considerable; recuerdo bastante la piel raspada, morada con algo de sangre (también recuerdo las horribles costras agridulces) y no sé en qué consista pero los niños a esa edad se ponen baba en la herida y ya. Yo le hacía así, siempre traje raspones en las piernas, el chiste era quitarse la tierra con algo de saliva y listo. Rara vez lloraba, me daba mucha pena llorar con Héctor, en todo caso que llorara Moni por ser tres años menor.
Ya no hay cerro-cantera, hicieron una calle ahí, con alumbrado público y todo; sale a la construcción altísima que nunca se concluyó.