domingo, 15 de junio de 2014

Ojo de dios

El cometa 2+7 deja ver su cola de brillos que al pasar por la madre tierra cierra las heridas, cierra los ciclos, cierra las estaciones; precede al inicio de nuevas etapas. 

Al mirar la luna llena, el que es capaz de contemplar, sea él o ella,  guía su corazón por la música de abajo; poco a poco se desprende, se incorpora como hombre hecho, cuya existencia conecta con el fruto sagrado del amor y las gotitas de lluvia que harán crecer las milpas más allá de la medida entre la tierra y mi cintura. 

Y esa mujer o ese hombre acuden al llamado de su propio espíritu, nombran la calma, la convocan juntos. Aprenden a soltar y a fluir, aprenden a sincronizar su corazón con el árbol, con la hoja, con los tambores. Hay una fiesta de gozo e infinito amor en su interior. 

Recuerdan y se asoman a sus propios abismos, miran en su reflejo luces espectaculares, se han despedido hace rato de lo que no volverá a ser jamas. Saltan del desencuentro al destiempo sorteándose como en un baile sobre nopales y no caen. No podrían caer ya. Tendrían toda la calma de una vida para levantarse si así fuera.

Buscan al hombre-sabio, han estado con él en la isla de los alacranes. Aquel mago tiempero ha mojado sus pies y sus ojos, también ha depositado bendiciones sobre su instrumento de trabajo. El agua renueva, permitirá seguir caminando, permitirá abrir paso a la visión. Así sea.

El tiempo está en manos de la mujer o el hombre que ha llegado a la conciencia, no tiene valor ni corresponde al orden del capital. No son cinco años o setenta.  

El tiempo es ahora un poco de sangre de venado hecha polvo que soplar, el tiempo es ahora una vela encendida, el tiempo es ahora una mordida de chocolate, el tiempo es ahora unos cuantos granos de maíz criollo. 

Animoso cura el tiempo, desde adentro.  Se anuncia ante los ojos de esos hombres y los libera, mientras ella suelta las hojitas enfermas de todas sus flores y las mira irse como lágrimas que encuentran su fluir en un río generoso, azul y cristalino.

La ofrenda está hecha, su fuerza los habita. 

Gracias, amado universo.


martes, 10 de junio de 2014

Notas mentales, calaveras y diablitos

Dos meses sin supermercado, las provisiones se acaban, el trabajo se amontona, el mate con miel no me sale, los libros suspiran, las plantas resisten, la violeta florece, las fotos se ordenan.

Los amigos están cerca. El tiempo redime. El aprendizaje es colectivo.

Zapateamos hasta tarde,  el baile encuentra. Yo a vos no te creo nada, cómo vos vas a creer en mí.

Necesito dinero, un corte de cabello, concentración profesional, aprender del cardamomo, tener noticias suyas, verdades o mentiras. Quiero ir a nadar, luego echar cumbión loco, danzar como insectos, quedarnos flotando en una panguita el uno junto a la otra, calladitos.

Quietecitos como hongos. Éste es un asalto. Otro salto cuántico de torniquete. Es la armonía del planeta, toda la furia de Brasil que crea. Bellísima entropía.

Cubierta de mis veintisiete, lo que construye por encima de lo que pertenece.

Me acomodo a lo que hay. Es-toy-en-ca-sa.

La vida es para vivirla mejor...







lunes, 2 de junio de 2014

El espíritu bobo de otra anécdota anarquista


(¡Feliz bicentenario, Bakunin!)


No era necesariamente lo que he decidido llamar anarcolover. Es decir, no era el tipo de persona que explota cotidianamente su perfil anarquista para llamar la atención de jovencitas impresionables. 

Tampoco era un anarquista de bloque negro común, solidario con las causas de otros grupos; por ejemplo no era de los que habría propuesto dinamitar los centros comerciales de la ciudad como protesta y renuncia radical a los acomodos del sistema. No colocaba bombas en el congreso, así de grande era nuestra mala suerte.

Mucho menos era anarco-comunista,  su casa no se ubicaba en una torre working class ni coleccionaba afiches de todos los tiempos que reivindicaban su hacer y ser anarco: banderas rojinegras anti franquistas en la sala y comedor, fotografías de levantamientos populares, stickers de jornadas anarcopunk, camisetas o llaveritos de recuerdo con la sonrisa de Kropotkin bien grande al centro.

Ni era el jovial anarquista popular en las filas de la academia. No quería escribir un libro de anarquía a sus relucientes diecinueve años. No quería graduarse de la universidad como anarquista bajo la tesis anarquía del post trauma, o citando a Prudho, o citando en sus redes sociales a Malatesta, o citando incluso a Flores Magón porque venía de un pueblito muy humilde que un día tan tarán.

No organizaba fiestas temáticas bajo el concepto politizante: ¡ANARQUÍA POOL PARTY!

Vaya, hasta  se dudaba que este hombre en verdad fuera anarquista. 

No tenía problemas con la ley, no era perseguido político, no lo habrían capturado el uno de diciembre, no guardaba simbólicas afinidades con el mundo cibernético, no cultivaba su propio maíz. Nada.

Y una mañana no llegó puntual al desayuno de los lunes. El plato frío lo esperaba en la mesa y casi una hora después se hizo presente en el comedor. Traía sus ojos de siempre y el corazón fuera del plexo, hecho añicos. 

Comió de mala gana. Era un niño perdido que lloraba casi demasiado. 

Toda la tristeza del mundo estaba ahí con ese arroz y plátano frito. Los amigos más cercanos habríamos querido saber cómo abrazarlo. Abrazarlo y nomás, sin que ello supusiera una ruptura con las fuerzas anarquistas ocultas. Algo pues.

Una de nosotras rompió la escena dramaqueen antes de que todos nos soltáramos a llorar también. 

Y le pedimos que nos contara.

En sus propias palabras, todavía incandescentes por el llanto, "lo verdaderamente doloroso era que ella nunca iba a darse una oportunidad de estar bien". Y querer a ciegas.

Le dio una mordida al pan y siguió tragando.