La vida misma, Pedro.
Ahora sí te escribo desde la ciudad, la otra vez era San Luis y hasta hace poco Oaxaca e Hidalgo. Así ni cómo regresar, pensé. Pink Floyd nos acompaña.
Supuse que no has apostado nada desde entonces, creo que yo tampoco. O tal vez sí, pero contadas veces y valieron la pena cada una a su modo. En una cosa no te equivocaste: "cada vez se siente menos", eso ibas diciendo mientras atravesamos la ciudadela la segunda vez que te vi. Entonces sí estaba muy triste.
Me hizo gracia que me digas tristísima y desencaminada. Más bien la nostalgia se me ha pegado a los huesos. Verás, primero me senté a esperar casi un lustro entero, dividido en dos partes: en la primera parte cometí muchas idioteces, quise obligarme a creer en el amor doméstico, instalada en el pensamiento pragmático en turno, pero al final guardaba la clara sensación que mi vida se parecía mucho a un pastel mal cocinado.
Por otro lado, en la misma primera parte, me leí de buena gana mucho de lo que me cayó en las manos, particularmente me gustaba perder horas en la vida de otros, leyendo sus tuits y micro universos; a veces atiné a entablar intercambios epistolares con hombres a los que admiré profundamente y supongo que quise todavía más.
El punto fue que llegado el día esos amoríos virtuales eran eso, condena a no ser, improbabilidad, desuso, descostumbre, mal cálculo, leche deslactosada, retroviral de patente y lo que quieras sumar a la lista pues. Asumo que los autores se descubrían ilusionados de verdad sin nada en su corazón que ofrecerme. Bella contradicción.
Y así, sin más, desaparecieron. Pienso que sentirse estúpido y amado, a quien sea que esto le pase, desorienta y mal viaja bastante. La revolución (a la que se entra para no ganar, dices) a veces resulta mucho de beneficio para el militante común que colecciona amores libertarios como se coleccionan fanzines, pero nada más.
No sé si me estoy dando a entender, Pedro. Ahora mismo te escribo con la palabra que se configura después de hablar en espirales con gente valiosa, de voltear el mundo para encontrar asuntos bien básicos de supervivencia que tienen que ver sobre todo con el simple hecho de aceptarse a uno mismo.
Estas líneas no quieren ser un juego de lenguaje confuso o retórica exquisita que me haga más interesante. Un día perderé chiste para todos, eso lo sé. Y no me preocupa. Más bien, mientras tanto, me propuse reventar cada burbuja de eso que se supone ser una buena mujer.
En esto constó la segunda parte del lustro, en perderme nomás y las circunstancias ayudaron bastante. Perdí mi trabajo de oficinita sin sol, anduve un mes después en Canadá y regresé a la ciudad para corroborar cómo mi pseudo matrimonio (aunque bien nunca estuve casada) se había consumido por completo. Él se fue un rato y, a diferencia de otras muchas cosas, dolió muy poco; fue más un alivio y detonador de nuevos asombros. El camino de autoconocimiento ya avanzaba en otras direcciones, hacia adentro.
Otros bailes llegaron, otras formas de resistir en cruel embate de lo cotidiano, otros dolores de pecho y almohadas apretadas bajo la noche que nada cuenta en invierno, otras noticias igual de peores sobre la salud de los más cercanos y así. Estuvo bien, el dolor enseña verdades genuinas, espero haberme transformado en una persona menos blandengue.
Quizá ahora me crea más mis moralejas de animalitos, no lo sé. Un día sólo sentí necesidad de no estar periodos muy prolongados en la ciudad y cada que puedo me voy lo más lejos posible, a desdibujar los caminos que se me borran, pero cabal, hasta que no quede marca alguna, porque los recuerdos ocupan mucho espacio en el equipaje.
Así me doy mis quienes contra el apego, en las carreteras, en solitario.
Y sin prisa, tienes mucha razón, la prisa no sirve de nada. La última vez que hablé de ti a alguien primero dije que no tenía prisa y a la mañana siguiente cité aquello de "te tallarás el cuerpo con varios, ojalá que con muchos". Posteriormente transcribí al blog tu letra.
¿Y tu libro? Lo visito frecuentemente, casi siempre en las malas, por encima de las buenas. Podría recitar de memoria algunos versos a estas alturas.
Ese bálsamo de anormalidad nos mantiene vivos en algún planeta distante. Como se mantienen vivos José Cruz y la mujer liviana, los cínicos y la putas, la montaña y su eterna historia de amor con las nubes; la desdicha de todo el universo y bueno, usted me entiende.
Año 20 del inicio de la guerra contra el olvido. Ciudad de México.
Lucía