Es conveniente saber trazar un mapa. Cuando a uno le va de la verga en la vida, o cuando le hace uno al drama, o cuando todo se salva en cobardía, existe un ritual bobo en el que te obligas a hacer, a poner en acciones, diez maneras que son indispensables para tu supervivencia cotidiana.
Quiero decir: te obligas a levantarte de la cama aunque sea la una de la tarde. Pasé por el episodio de no levantarme en todo el día de la cama un par de ocasiones con nivel de culpa sobresaliente. Este atentado es violento por lo sutil, se trata de llevar al límite la capacidad de postergar las otras nueve acciones, es infalible.
Además te obligas a llevarte un pan a la boca, te obligas a darte un baño y fumar menos que una caja al día. Te obligas a no llamar a tu mamá (nivel de destreza: alto), te llevas a rastras al trabajo. Te obligas a no textearte con ni madres de tus amigos y menos aún con la calidad de persona a quien pongas como pretexto para ocultar tu falta de autonomía.
Te obligas a estar en ninguna parte.
Aquí es donde viene lo del mapa. Con el tiempo te darás cuenta que existir duele y nadie (a veces ni tú mismo) es responsable de ello. Un par de amigos jipis te dirán que te enfrentas al largo y no menos asombroso camino del autodescubrimiento. Esos seres afirman que hay una luz al final del camino.
Lo cierto es que en algún punto descubras que tanto pensar no te lleva muy lejos, pues recurrentemente acudes a los hubieras, le haces de tira contigo, y es justo rumiando en tu cabeza que te ves imposibilitado a tomar tus absurdas diez acciones del día.
El ritual consiste en abarcar con la memoria todos aquellos momentos de ese pasado que tanto te gustaría recuperar. Es lógico que esos recuerdos estén llenos del amor que has compartido con los tuyos, y que no alcances a ver que depositas demasiado en el bien que te proporcionan los demás.
Es necesario entonces tomar nota de esos bienestares, incluso explicando que los compartes con otros o que son únicamente los otros quienes los suministran. Esto requiere honestidad y te va a costar mucho mirarte en el espejo.
La magia de este costumbre surte tal efecto en la imaginación que por un instante puedes borrar al mundo. Si las personas viviéramos en un excel la columna que dice personas que conozco debería borrarse, de eso se trata.
En los confines de la desértica soledad, ahí donde todos ellos y aquellos ya se fueron, justo en esa intersección estará la lista de bienestares primarios que habías dejado de construirte para ti mismo. Ahí esta tu talento para tal o cual oficio, ahí están tus apetitos más oscuros, las noches de tu vida más memorables.
Para entonces ya no es necesario obligarte a tener diez mínimas consideraciones con tu ser, si miras bien la lista de las cosas que creías disfrutar sólo en compañía, resulta que en realidad muchas de ellas las puedes hacer por ti mismo.
Un pequeño tirano individualista sonreirá desde tus entrañas agradecido contigo, por satisfacerlo. Se llama ego y tendrás que conocerle.
En tanto llegará una noche que te de mucho antojo ponerte un gallo y un mezcal y cocinarte solo para ti hasta tarde, tendrás más tino para aprender a colectivizar algunos asuntos de tu vida, los planes serán menos a largo plazo pero más sinceros. Los viajes serán una maravilla a tus ojos, quizá vayas a sembrar. Notarás que el 87% de tus haceres (que han incrementado notablemente) tienen alguna incidencia política, algún rebote en el pensamiento humano. Cogerás más, o menos, pero más rico. Algunos te encontrarán muy bello y apetecible. Flotarás en el vacío como el que nada de muertito.
Así el ritual bobo.
No hay final para ninguna luz de ningún túnel, lo que hay es una franca calma en toda la magia que acumulas y reflejas en tu forma, en solitario. Lo que hay es pasarla poquito bien contigo y saludos breves a las personas que has amado, los rencores se disuelven con el humo, acuden a tu mesa todos tus chamanes.
Platicas con tus ausencias, seguramente les has invitado de tu cena, como si tu cocina fuera la mejor de la ciudad.
Escuchas las canciones que ponías con tu exnovia de los veintes y todo acaba en que le dices imaginariamente:
siempre nos vamos a querer.
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