Mercurio retrógrado se expande por las habitaciones de mi casa. No estoy acostumbrada a decir "mi casa" respecto a este espacio, siempre preferí nombrarle "la casa de mi madre", "planeta lu", o cualquier apodo.
Hace un año que voy a psicoanálisis.
-Te leo un poco en rush en twitter. ¿Estás bien? -Preguntó Ana Laura aquel día que marchamos juntas sin siquiera conocernos. Su psicoanalista está de vacaciones.
Y a decir verdad nunca había llorado tantas veces en el metro.
Es muy extraño aprender a no cobrarse el autocuidado como lujo expuesto en el aparador de los logros personales. Es muy raro aprender a decir estoy creciendo y ya.
Hace tiempo no huyo a ningún lado, y con esto no quiero decir que ahora sepa quedarme, comprometerme, asumir.
-No te dejaste caer, te caíste. -Dijo el analista la pasada sesión.
Tal vez encontré la metáfora de mi vida y en consecuencia borré todas las fotos de mi ex; eran tan pocas que me pregunto pero cómo puede ser. No se comparten cuatro años así como así sin tener solo diez selfies.
Renuncio cada que puedo a esta versión de mundo limitativo. Quiero tomarme 700 selfies y qué.
Me siento muy triste todavía pero ya no tiene que ver con alguna persona y otra. No es el fin del mundo, también me siento amada y escuchada.
Desistí a tener una mejor amiga, una mejor condición laboral, un padre cariñoso que no me deje plantada y quiera aparecerse por ahí con el único propósito de lavar su mala conciencia.
¡Es más! Compré una maleta cara y renové mi pasaporte por diez años, para irme sin consultas populares previas, sin los consejos de otros cristianos, sin la excusa de hacerme la muy enamorada.
Total que me he despedido -eso sí, con intermitencias- de aquellas personas que no pueden amarme nomás porque no.
Y con todo mi miedo, todavía a oscuras esperando renombrar cada cosa, escribiré una columna mensual en una revista de cine, me las veré repitiendo las mismas canciones, el mismo
Bad Moon Rising, el mismo
you don't know what is life.
To love somebody.
La misma pésima caligrafía. La misma necedad de prohibirme calcular la vida en saldo a favor o en contra.
He entendido -eso sí, con reservas- que nada tiene de malo acudir por un abrazo cada martes por la noche cuando el mundo no da de sí.
Y es más lo agradezco. Porque a estas alturas no sabría nombrar este día a día sin las bromas de Emmanuel, sus abrazos y su gatita, nuestros agaves. Nuestro presente.
No alcanzan casi cincuenta minutos para escribirlo todo.
Hasta aquí dejamos por hoy.