Te escribo porque ya no quiero saberte en tu terrible traje de shadowman debajo de mi cama. En más o menos veinte veranos te he dado alojamiento con plena posibilidad de elección sobre tus formas y nombres, pero no has querido tomarme la palabra. Haces lo que quieres y ahora estoy con otros asuntos en los cuales me he enfocado desde el día que dejaste claramente dicho que no me dejarías ni a sol ni a sombra. Francamente ya no nos damos abasto.
No lo tomes a mal, es sólo esta manía por desconfiar de cualquier gobierno en el universo, si te corro ahora de mí no es para instaurar la tiranía que les ha tocado a otros monstruos como tú. No pretendo que vayas por quién sabe qué rumbos, errante, escondido entre las sombras y los mitos que ya casi nadie cuenta. Yo te quiero aquí en mi casa, monstruo, aunque ello implique que guardemos algunos acuerdos a los que tal vez no estés acostumbrado. Por ejemplo, ya no podrás sentirte extranjero ni extraño en este espacio, no me ha alcanzado para improvisarte fronteras, ni límites, ni banderines -pero algo es algo- es decir, perdóname porque no puedo proveerte de una identidad a la vieja usanza, con nacionalismos o condiciones.
De ahora en adelante te acostumbrarás a desayunar conmigo una taza de café y a fuerza de tragarlo comprenderás en su amargura que las noticias de los diarios a la mañana siguiente no pueden ser tan terribles. Sin intimidarte, deberás estar preparado para despertar y asearte al mismo tiempo, no tendrás suficiente oportunidad de catalogar tus frustraciones en orden alfabético cada mañana y surtirlas en los rincones donde el polvo aún guarda memoria, ya verás que el vapor del baño deslava en su calor las pesadillas y hasta creería que no extrañarás esas sanguijuelas incrustadas devoradoras de tus más sublimes anhelos formulados cada vez que el anterior no ha podido cumplirse. Monstruo, te enseñaré a no pensar.
Te pediré cuidado con el pelo, no vayas a regarlo por toda la casa o tendré alergia, camina erguido, no ronques, no te escarbes la nariz, sonríe a las visitas, no te salgas del contorno con las acuarelas, repite el paso que tanto hemos ensayado, usa los cubiertos en la mesa, no hagas ruido si no hay ruido, compórtate descomunal sólo en comparsa de multitud, déjate retratar de tanto en tanto, deja limpio el excusado, no preguntes sobre aquello que la gente no ha de contarte, finge preguntas geniales, agrada –monstruo, ésta es la parte más dura de todas- ¡agrada!
Cuando seamos grandes tal vez dictemos conferencia y nos presentemos como un caso de éxito en secundarias de pubertos granosos, también es posible que algunos políticos y sacerdotes pidan nuestra opinión antes de declararse homosexuales o lanzarse de rockstars. Nos buscarán las señoras adineradas, tenlo por seguro, y ahí estaremos en las revistas de sociales, monstruo, criticando el adulterio, el impacto ambiental, el sistema entero.
¡Qué se yo! Para ser grandes falta mucho y con que ahora atiendas esta carta ya es bastante. No te preocupes.
Por último, no olvides que todo esto lo hago porque te quiero, monstruo. Nadie a estas alturas quiere ser sólo una aparición bizarra de cada cien años, la cosa ahora es ser feliz y estar en todos lados. Tuviste mucho tiempo para ser mi criatura tenebrosa y vaya que me has decepcionado, ahora conviviremos usando un nombre y apellido, con la vicisitud de hacernos viejos, testigos uno del otro, encerrados en la misma persona.
No lo tomes a mal, es sólo esta manía por desconfiar de cualquier gobierno en el universo, si te corro ahora de mí no es para instaurar la tiranía que les ha tocado a otros monstruos como tú. No pretendo que vayas por quién sabe qué rumbos, errante, escondido entre las sombras y los mitos que ya casi nadie cuenta. Yo te quiero aquí en mi casa, monstruo, aunque ello implique que guardemos algunos acuerdos a los que tal vez no estés acostumbrado. Por ejemplo, ya no podrás sentirte extranjero ni extraño en este espacio, no me ha alcanzado para improvisarte fronteras, ni límites, ni banderines -pero algo es algo- es decir, perdóname porque no puedo proveerte de una identidad a la vieja usanza, con nacionalismos o condiciones.
De ahora en adelante te acostumbrarás a desayunar conmigo una taza de café y a fuerza de tragarlo comprenderás en su amargura que las noticias de los diarios a la mañana siguiente no pueden ser tan terribles. Sin intimidarte, deberás estar preparado para despertar y asearte al mismo tiempo, no tendrás suficiente oportunidad de catalogar tus frustraciones en orden alfabético cada mañana y surtirlas en los rincones donde el polvo aún guarda memoria, ya verás que el vapor del baño deslava en su calor las pesadillas y hasta creería que no extrañarás esas sanguijuelas incrustadas devoradoras de tus más sublimes anhelos formulados cada vez que el anterior no ha podido cumplirse. Monstruo, te enseñaré a no pensar.
Te pediré cuidado con el pelo, no vayas a regarlo por toda la casa o tendré alergia, camina erguido, no ronques, no te escarbes la nariz, sonríe a las visitas, no te salgas del contorno con las acuarelas, repite el paso que tanto hemos ensayado, usa los cubiertos en la mesa, no hagas ruido si no hay ruido, compórtate descomunal sólo en comparsa de multitud, déjate retratar de tanto en tanto, deja limpio el excusado, no preguntes sobre aquello que la gente no ha de contarte, finge preguntas geniales, agrada –monstruo, ésta es la parte más dura de todas- ¡agrada!
Cuando seamos grandes tal vez dictemos conferencia y nos presentemos como un caso de éxito en secundarias de pubertos granosos, también es posible que algunos políticos y sacerdotes pidan nuestra opinión antes de declararse homosexuales o lanzarse de rockstars. Nos buscarán las señoras adineradas, tenlo por seguro, y ahí estaremos en las revistas de sociales, monstruo, criticando el adulterio, el impacto ambiental, el sistema entero.
¡Qué se yo! Para ser grandes falta mucho y con que ahora atiendas esta carta ya es bastante. No te preocupes.
Por último, no olvides que todo esto lo hago porque te quiero, monstruo. Nadie a estas alturas quiere ser sólo una aparición bizarra de cada cien años, la cosa ahora es ser feliz y estar en todos lados. Tuviste mucho tiempo para ser mi criatura tenebrosa y vaya que me has decepcionado, ahora conviviremos usando un nombre y apellido, con la vicisitud de hacernos viejos, testigos uno del otro, encerrados en la misma persona.
Me encanto. Las partes de "Voy a enseñarte a no pensar" y "hay que agradar" me impresionaron.
ResponderEliminarEsto merece una segunda lectura =D.
Saludos