Trepamos el cerro desde temprano, salimos de la ciudad apenas clareaba; en mi diario de campo escribiré que es torpeza subir a solas, sin sombrero ni líquido. El espíritu colectivo ayuda a mantenerse firme, a buscar la lectura aunque el sol queme las pupilas. Ya para las dos de la tarde uno baja al pueblo con hambre y la boca seca, más si no se fue desayunado. En las orejas retumban los silbidos de los compañeros que le hacen a la música con las figurillas de barro; hacer la salutación de los cuatro rumbos, más el cielo y la tierra, hace descender, bajar al pasto, pasearse un rato por las fauces del monstruo de la tierra; sentir que esos montes guardan agua y abandonan paulatinamente su dialéctica para ser unidad; humedeserse aunque el paisaje declare sequía, morir con uno para renacer en sí.
La comida suele ser modesta, un mole verde hecho con tomates y chiles, unas tortillas muy gordas, unos frijoles más grandes que tu hambre. Las familias de la comunidad ya no confían en los estudiantes ni en los sesudos documentalistas, es imposible entrar con cámaras de video y me da gusto, porque hay pueblos que se hacen defender de pura palabra, diciéndole a sus niños que no se junten con los robachicos, preguntando si vienes de esa famosa universidad.
Registrar los diálogos para traducirlos del nahuatl al español tiene que ver con tu facultad para rifártela en el trompo con los morros, tiene que ver con tu facultad de guardarte tu estúpido título de biólogo, de ingeniero, de lingüista o arquitecto. A lo mucho te saludan los adultos que estudian para ser profesores ahí mismo en la región. Tus reverenciales saludos en otra lengua son contestados con un merecido "no hay"; no conocía gente tan hermética desde la península, el día que caí en navidad; en todo el pueblo no había nada para comer y los mayas se pronunciaban en silencio para hacerte correr de ahí hasta la siguiente parada donde quizá correrías con mejor suerte.
Al final de la tarde, el pago por una cerveza abre las puertas de alguna casa, hasta el fondo, hasta la milpa y el tabique del patio, hasta los ancianos desgranando el maíz de domingo, frente a frente, callados. Los primeros rosas y naranjas del atardecer se filtran en las calles, las mujeres se pasean por el pavimento todavía caliente, llevan el mismo rebozo, exactamente el mismo rebozo repetido en distintas caras, hermosas, tranquilas, preocupadas por nada; se cubren con él los senos y el vientre, la jornada culmina. Algunas chicas cobran por corregir las pronunciaciones, otras te miran con cara de pendejo. Al final del día subes al camión con algo entre los dedos.
Nos despedimos de los perros flacos, de sus hembras lanudas, vimos partir la tarde con bonitas nubes. Te guardas un suspiro en el pecho y por primera vez después de mucho tiempo, agradeces, tlazocamati miac.
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