lunes, 2 de junio de 2014

El espíritu bobo de otra anécdota anarquista


(¡Feliz bicentenario, Bakunin!)


No era necesariamente lo que he decidido llamar anarcolover. Es decir, no era el tipo de persona que explota cotidianamente su perfil anarquista para llamar la atención de jovencitas impresionables. 

Tampoco era un anarquista de bloque negro común, solidario con las causas de otros grupos; por ejemplo no era de los que habría propuesto dinamitar los centros comerciales de la ciudad como protesta y renuncia radical a los acomodos del sistema. No colocaba bombas en el congreso, así de grande era nuestra mala suerte.

Mucho menos era anarco-comunista,  su casa no se ubicaba en una torre working class ni coleccionaba afiches de todos los tiempos que reivindicaban su hacer y ser anarco: banderas rojinegras anti franquistas en la sala y comedor, fotografías de levantamientos populares, stickers de jornadas anarcopunk, camisetas o llaveritos de recuerdo con la sonrisa de Kropotkin bien grande al centro.

Ni era el jovial anarquista popular en las filas de la academia. No quería escribir un libro de anarquía a sus relucientes diecinueve años. No quería graduarse de la universidad como anarquista bajo la tesis anarquía del post trauma, o citando a Prudho, o citando en sus redes sociales a Malatesta, o citando incluso a Flores Magón porque venía de un pueblito muy humilde que un día tan tarán.

No organizaba fiestas temáticas bajo el concepto politizante: ¡ANARQUÍA POOL PARTY!

Vaya, hasta  se dudaba que este hombre en verdad fuera anarquista. 

No tenía problemas con la ley, no era perseguido político, no lo habrían capturado el uno de diciembre, no guardaba simbólicas afinidades con el mundo cibernético, no cultivaba su propio maíz. Nada.

Y una mañana no llegó puntual al desayuno de los lunes. El plato frío lo esperaba en la mesa y casi una hora después se hizo presente en el comedor. Traía sus ojos de siempre y el corazón fuera del plexo, hecho añicos. 

Comió de mala gana. Era un niño perdido que lloraba casi demasiado. 

Toda la tristeza del mundo estaba ahí con ese arroz y plátano frito. Los amigos más cercanos habríamos querido saber cómo abrazarlo. Abrazarlo y nomás, sin que ello supusiera una ruptura con las fuerzas anarquistas ocultas. Algo pues.

Una de nosotras rompió la escena dramaqueen antes de que todos nos soltáramos a llorar también. 

Y le pedimos que nos contara.

En sus propias palabras, todavía incandescentes por el llanto, "lo verdaderamente doloroso era que ella nunca iba a darse una oportunidad de estar bien". Y querer a ciegas.

Le dio una mordida al pan y siguió tragando. 






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