domingo, 10 de enero de 2016

012016

Enero es un puñado imaginario de estrellas en las bolsas y los torsos desnudos con que insistimos.

Es el amor que no puedo darte y especialmente el llanto bobo a casi todas horas;
el siguiente té para la panza, las comidas necias de domingo,
obligarse a estar de algún modo.

Enero es prisa inútil y pintura de puros gestos, es buscar un jazz poco concurrido
para destacarse entre adultos y opacar poquito la ignorancia.

Enero es llamarnos de una buena vez como se debe.

Es la no menos incómoda sensación de estar conectados entre dos, entre cuatro y veinte,
y que al concluir el mes descubramos cuánto hemos desaprovechado.

Todo ese talento por la borda.

Enero es el recordatorio de lo que salió mal. Es repetírselo a oscuras, frente a muchos bastidores,
es preguntarme qué falló cuando abro el refri o miro a mis sobrinos
o tengo frío en esa cama que siempre me resulta tan ancha.

Enero es repasar las habitaciones,
ir apagando luces,

darme por vencida

y transitar
los días

como un ciego.


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