Enero es un puñado imaginario de estrellas en las bolsas y los torsos desnudos con que insistimos.
Es el amor que no puedo darte y especialmente el llanto bobo a casi todas horas;
el siguiente té para la panza, las comidas necias de domingo,
obligarse a estar de algún modo.
Enero es prisa inútil y pintura de puros gestos, es buscar un jazz poco concurrido
para destacarse entre adultos y opacar poquito la ignorancia.
Enero es llamarnos de una buena vez como se debe.
Es la no menos incómoda sensación de estar conectados entre dos, entre cuatro y veinte,
y que al concluir el mes descubramos cuánto hemos desaprovechado.
Todo ese talento por la borda.
Enero es el recordatorio de lo que salió mal. Es repetírselo a oscuras, frente a muchos bastidores,
es preguntarme qué falló cuando abro el refri o miro a mis sobrinos
o tengo frío en esa cama que siempre me resulta tan ancha.
Enero es repasar las habitaciones,
ir apagando luces,
darme por vencida
y transitar
los días
como un ciego.
domingo, 10 de enero de 2016
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