Viene la lluvia, los gritos de los niños, este querer alcanzarte hasta quien sabe dónde y me explico que es improbable. Después de todo el mundo no colapsó ante nuestra falta, las canciones siguen sonando, el deseo sigue abriendo sus fauces y galopa veloz, los cruces peatonales de fin de semana me hacen la existencia menos insoportable.
Y me asusta un poco el silencio en que nos sumergimos para explorar nuestros miedos. Pienso en el volcán, en los últimos días del año con su salto al vacío, pienso mucho en ese pedazo de bosque y sus temerosas oscuridades.
Soñé que éramos muy buenos amigos, me enseñabas un papelito con alguna broma mala, sonreías mientras caminábamos por una banqueta soleada. Y fue ahí cuando empecé a extrañarte, como a esta hora de no poder simplemente decirte hola con mis habituales bobadas.
Quiero amarrarme a un cometa y volver a la Tierra en mucho tiempo. Llevar en mi mochila todo lo nuestro, nuestros playlists, nuestras malteadas de fresa, nuestros bailes a solas, nuestros interminables cafés y cigarrillos, pero no se puede.
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