Es así que ahora
salimos a buscarnos
tras el café de la mañana y el dolor se queda amontonado
con la ropa sin doblar
y la ira debajo del colchón
deslavada por el sudor
de noches y noches.
Pides el ascensor
con tu siempre aire de playa
en la frente y nariz.
Recojo el bolso y la bufanda
recién estampada
de sueños cumplidos.
Nos vamos.
Ahora sé que puedo replegarme
a doblar papelitos, a inventarnos mañanas, a pensarte de tres veces a veinte,
mientras recuerdo
tu respiración de acordeón
y la fotografía de Muybridge
que cuelga de tu pecho; los cuerpos tendidos
a la espera del fin del mundo, a la espera de la lluvia de las 16:43,
un estado del tiempo
terco y mojado
que me alcanza solo para verte
y verte.
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