Allá afuera, en unas horas, bramarán las voces de cientos de personas en su afán de exigir al sistema libertad. No sé de qué tipo, ni en qué proporciones la busquen, tampoco sé si el bando de derecha considera los esfuerzos del bando de izquierda por sobresalir en medio de su cotidiano sinsentido. Quiénes suspenderán actividades, no lo sé. Quiénes saldrán a defenderse, tampoco. ¿Quiénes deliberarán su lucha, su obsesiva lucha, para ajustar cuentas, para salir de su mala fe a través de su mala fe? Francamente no sé.
Y escribir no-sé presume que he revisado millones de datos para aclararme en el asunto, supone también que mantengo una postura y ésta deviene ideología, conciencia de clase, burguesía con iniciativa. Pendejadas.
Sostengo el término porque en novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve datos no he encontrado uno sólo que apunte a una revisión sustentable en términos éticos. Sí, muy bien, loable y sobresaliente la necesidad de tomar casi por moda ese oscuro concepto, lucha-social; proponer fines a los demás como una búsqueda de la realización política, se subraya por encima de cualquier otro tipo de iniciativas, entre ellas la participación cultural y la producción artística, por ejemplo. Pero la valorización del sujeto por sí mismo y sus pretensiones (políticas) tendría que acercarse más a un ejercicio sartreano el cual lleve a la concreción de actos válidos en un esquema que exige ante todo facticidad.
Las implicaciones éticas de cada momento histórico deben ser prioridad sin quedar relegadas a discusiones de academia. Para algunos atender esta agenda es redundante y lo entiendo, los motivos de movilización son evidentes pero en terreno mediático todos necesitan una explicación con manzanas, así de simple.
Por pasos. El primero: cuestionar el código moral. Estar en el mundo, con actos y elecciones trasluce una serie de valores desgastadísimos, pero necesarios para ajustarse y hacer del espacio un lugar de interacción desprendido de dicotomías caducas con protagónicos y antagónicos como hilos conductores. Sin amos ni esclavos, vaya.
El malestar en la vida pública, propone Victoria Camps, induce a la evaluación del estado actual de la política, donde precisamente se habla de crisis, incompetencia, falta de responsabilidad, desilusión, fin de época y fracaso; es decir plantea la necesidad de incidir en la discusión ética para hacer realizables las propuestas que vienen desde-abajo (únicas importantes en este texto).
Derrocar normas institucionales incluye derrumbar labores de convencimiento; los imperativos categóricos pueden transformarse en auténtica responsabilidad toda vez que se extienda una crítica a la razón dialéctica. La rebelión de las minorías tendría que gestarse desde la aceptación de la angustia vista como valor en medio de la precariedad.
No hay conciencia colectiva, digo. Hay suma de actos individuales. Saltos que van de lo existencial a lo político. Me ha interesado dejar este principio aquí porque es el que me mueve a la afrenta del millón de datos.
Muchos renglones están destinados a revolcarse en un lodazal de moralidad sustantiva, en el como-dijo-dios-padre, en las palabras que decoran la compleja trama sexual (no genital) de los sujetos; resulta conveniente ajustarse a otro tipo de premisas, por lo menos desde el panorama de la información –por ejemplo- ceñir ligeramente que el otro siempre será conflicto, pero cuando he elegido al hombre, me he elegido a mí.
Y escribir no-sé presume que he revisado millones de datos para aclararme en el asunto, supone también que mantengo una postura y ésta deviene ideología, conciencia de clase, burguesía con iniciativa. Pendejadas.
Sostengo el término porque en novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve datos no he encontrado uno sólo que apunte a una revisión sustentable en términos éticos. Sí, muy bien, loable y sobresaliente la necesidad de tomar casi por moda ese oscuro concepto, lucha-social; proponer fines a los demás como una búsqueda de la realización política, se subraya por encima de cualquier otro tipo de iniciativas, entre ellas la participación cultural y la producción artística, por ejemplo. Pero la valorización del sujeto por sí mismo y sus pretensiones (políticas) tendría que acercarse más a un ejercicio sartreano el cual lleve a la concreción de actos válidos en un esquema que exige ante todo facticidad.
Las implicaciones éticas de cada momento histórico deben ser prioridad sin quedar relegadas a discusiones de academia. Para algunos atender esta agenda es redundante y lo entiendo, los motivos de movilización son evidentes pero en terreno mediático todos necesitan una explicación con manzanas, así de simple.
Por pasos. El primero: cuestionar el código moral. Estar en el mundo, con actos y elecciones trasluce una serie de valores desgastadísimos, pero necesarios para ajustarse y hacer del espacio un lugar de interacción desprendido de dicotomías caducas con protagónicos y antagónicos como hilos conductores. Sin amos ni esclavos, vaya.
El malestar en la vida pública, propone Victoria Camps, induce a la evaluación del estado actual de la política, donde precisamente se habla de crisis, incompetencia, falta de responsabilidad, desilusión, fin de época y fracaso; es decir plantea la necesidad de incidir en la discusión ética para hacer realizables las propuestas que vienen desde-abajo (únicas importantes en este texto).
Derrocar normas institucionales incluye derrumbar labores de convencimiento; los imperativos categóricos pueden transformarse en auténtica responsabilidad toda vez que se extienda una crítica a la razón dialéctica. La rebelión de las minorías tendría que gestarse desde la aceptación de la angustia vista como valor en medio de la precariedad.
No hay conciencia colectiva, digo. Hay suma de actos individuales. Saltos que van de lo existencial a lo político. Me ha interesado dejar este principio aquí porque es el que me mueve a la afrenta del millón de datos.
Muchos renglones están destinados a revolcarse en un lodazal de moralidad sustantiva, en el como-dijo-dios-padre, en las palabras que decoran la compleja trama sexual (no genital) de los sujetos; resulta conveniente ajustarse a otro tipo de premisas, por lo menos desde el panorama de la información –por ejemplo- ceñir ligeramente que el otro siempre será conflicto, pero cuando he elegido al hombre, me he elegido a mí.
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