jueves, 11 de marzo de 2010

Destinatarios

Horacio:

Anoche pensaba en el silencio, en mi forma de interpretarlo siempre mal. Me parece haber escuchado a mi sombra gruñir con esa frase insensata en la que anunciaste sin premeditación: te estoy halagando.

No señor, de ninguna manera, al menos la madrugada de ayer no fue así. En mi francés de ronchas lancé un último disparate: au-revoir-mon-ami. Cerré la computadora. Adéu.

Poco después al teléfono escuché: es sobre Raúl, ya no se pudo hacer nada.

La noticia por encima de las probabilidades no me calló -al contrario, abrió el ruido- dejó entrar al diablo. Muchos sonidos, todo el sonido, intentos de sonido, fracasos de sonido, aquí. Depositados en el gozo de penetrarme me tienen rodeada, no sé a dónde vamos; ellos conducen a toda velocidad y me llevan de copiloto para que no pierda detalle y lo recuerde todo bien. ¿Y el halago?

La tiranía del ruido hierve en las venas y con toda conciencia de su ingratitud me ha aclarado que el punto de ebullición no llegará por ahora, no habrá sacudida ni desahogo, sólo un grito esclavo que no saldrá porque no hay boca.

Me mareo. Alcanzo a preguntarme dónde está mi boca. La tiene Arturo, recuerdo. Debí pedírsela aunque no supe dónde ni cómo hallarle, él en su ciudad, yo en la mía; más el tremendo lío que sería pedirle mi boca y seguramente tener que devolver la suya. No quiero darle su boca, me tiene amándole por las comisuras. Se complica por partida doble: esta boca no grita.

Regreso a la muerte de mi amigo varado en Chile, una voz sin procedencia transforma todo acto, y en algo tuviste razón, quisiera vaciarme. Llorar no esgrime el ruido ni el egoísmo. Tenía que escurrirme de alguna forma, te escribo.

Y te lo he contado así no sé por qué.

Leí tu carta otra noche y antes, cuando el silencio, tenía muchas ganas de contarte cómo regreso a casa en las noches. Algunas veces voy pensando en mis asuntos, otras voy queriendo lo que quiero. Y siempre me pasa en el cruce del metro Tacubaya igual que a ti. Hacen fila las palabras, entre ellas se recorren, cobran sentido y riñen para esculpirse. Las anoto en los labios y me cercioro de cargarlas en la bolsa aunque más tarde con las manos en el teclado, vuelvan a desperdigarse y a hacer su polvareda, que no entiendo.

Nuestra epístola estaba escrita hasta aquí, he abierto mi archivo para terminarla. Ya es jueves. Los sonidos gestan su revolución adentro, en el pecho. ¡Caray! Vendrá la rebelión y yo bailando en las cloacas, en el intercambio de las bocas y otras fortunas, coreografiada en espirales. Me hago paso entre la zozobra y la muerte. Raúl y yo seguimos en silencio, pero insisto, no me halaga. Hace un par de semanas tomé una foto en el andén porque quería escribir algo sobre ella, creí que las palabras habían cedido a mis caprichos, vaya broma.

Con gratitud, María Elena.

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