martes, 17 de agosto de 2010

Encuentro de claridades

El amor es semejante a un árbol: se inclina por su propio peso,
arraiga profundamente en todo nuestro ser
y a veces sigue verdeciendo en la ruinas de un corazón.
VÍCTOR HUGO

In the port of Amsterdam there's a sailor who dies
full of beer, full of cries in a drunken down fight.
DAVID BOWIE

La contemplación permite degustar múltiples placeres, íntimos caprichos depositados en aquellos detalles que configuran la identidad de cada individuo; pueden ser un jugo de naranja y un trago de cerveza líquidos capaces de generar prozaicas y sensuales sinestesias siempre y cuando, se acepte la condición de querer sentir –quizá de necesitar sentir- en medio del valor de lo cotidiano frente a la nostalgia que en la última década muchos prefieren llamar posmodernidad.

Instalada en la pieza que finge no prestar demasiada atención a su corte intelectual –del cual provienen todos los pensamientos e ideas de sus protagonistas-, la puesta en escena Encuentro de claridades (2008), escrita por Ángeles Hernández (Búsqueda, Notas importantes) y dirigida por Sandra Félix (Feliz nuevo siglo Doktor Freud, de Sabina Berman) hace un sensible esfuerzo por evadir la vieja máxima de dramaturgos y críticos “lo que importa es el intelecto”.

Hace no más de diez años, Sandra Félix, directora de escena nacida en México en 1961, cobijada bajo las enseñanzas de Ludwik Margules y Luis de Tavira, tuvo a bien la idea de representar el vaivén de Las olas de Virginia Wolf en la puesta en escena Polvo de mariposas, donde los pensamientos femeninos se bifurcaban para abrir un espectro entre lo sentimental y lo cotidiano. Félix ganó por aquel trabajo el premio a la mejor dirección por la Asociación Mexicana de Críticos Teatrales. En fechas similares, dos eventos harían las veces de señalamientos en el camino de la directora: desde 1997, en Francia, Philippe Delerm (1950) se mantendría por tres años consecutivos en los primeros lugares de ventas con su libro El primer trago de cerveza y otros pequeños placeres de la vida y a principios de siglo la mexicana Carmen Villoro lograría publicar su sexto libro de poesía, Jugo de Naranja (Trilce Editores, 2000).

La cadencia de las palabras y la continuación de la búsqueda existencial define Encuentro de claridades como la idea original de Sandra Félix que complementa Polvo de Mariposas; los actores Úrsula Pruneda y Mauricio Lozano se reencuentran a diez años de haber compartido el escenario para interpretar a Carmen y Philippe -personajes inspirados en Delerm y Villoro- cuya capacidad de recrear escénicamente la memoria de lo placentero y el asombro por lo cotidiano, tiene el noble fin de perpetuar las reglas de Marcel Proust cuando uno se acerca por primera vez a su Búsqueda del tiempo perdido.

Una vez que el romance entre Carmen y Philippe termina, mientras ella se queda en México y él regresa a sus orígenes en Francia; ambos seres en exploración por lo humano, se ven obligados a buscar entre sus horas y días aquel placer que no es sino la antesala de su pérdida; aquella verdad y razón completa inexistente, porque lo único que sí hay, y se revela cuando cada uno se resigna a sincerarse, son los detalles que dan a estos personajes identidad. Carmen intenta recuperar el orden de su vida cada mañana, bebiendo optimistamente jugo de naranja, y Philippe llega a su patria con la esperanza de olvidar y reencontrase con él mismo en exilio, celebrando con el imborrable sabor del primer trago de cerveza, a su juicio, el único que vale la pena.

Al finalizar su respectivo duelo, los amantes son poseedores de claridades que han de encontrarse para enfrentar miedos y dar vida a su pasaje favorito proustiano, cuando a la luz cálida de una tarde de verano, un te manzanilla se sumerge en la taza y trae consigo primavera y perdón.

La claridad de Sandra Félix para dirigir la dramaturgía de Hernández no sólo se sustenta en la predilección de volver una y otra vez a Proust, tambien se halla en la lucidez de apostar por un montaje narratúrgico más que dramatúrgico; en la imposición de los textos de Delerm y Villoro para la construcción del relato que compete representar a los protagonistas, sobre la posibilidad de recrear una pieza común que aborde el mismo tema del rompimiento amoroso, pero sin la riqueza del lenguaje que han aportado los autores de Jugo de naranja y El primer trago de cerveza.

Sin embargo se advierte una trampa en la dramaturgia: ¿esconde la adaptación que la autora hace de estos escritores cierta debilidad para generar, con la misma sutileza literaria, un mundo tan auténtico como el que ha sido descrito por Delerm y Villoro? Tal pregunta es formulada cuando la obra presenta en distintos clichés los estereotipos y maniqueísmos propios del hombre francés y la mujer mexicana. Presentar al viajero trasnochado y la mujer en espera del retorno del objeto de su amor son fórmulas que tienen garantizadas la empatía con el público desde Ulises y Penélope. Es decir, los elementos presentados por Ángeles Hernández no inventan nada nuevo sobre lo doloroso que resulta una separación amorosa y aún así la conexión con el público se entabla de inmediato y la intimidad de los hechos presentados se mantiene a lo largo de hora y media de representación. Esto obliga a reflexionar si el jugo de naranja y la cerveza sabrían a lo mismo si no vinieran de Villoro y Delerm.

Hay otras claridades que acompañan la puesta en escena que juegan a favor del trabajo de dirección escénica de Sandra Félix: Úrsula Pruneda logra articular cada sensación de Carmen y la manifiesta en un soliloquio inicial relajado y cálido que trasluce la naturaleza erótica del personaje; aun envuelta constantemente en el caos logra recrear conflicto que nunca llega a la violencia y, por el contrario, se queda instalado en la sensación que se tiene cuando el llanto va desapareciendo poco a poco y a su paso ha dejado la redención necesaria para no llegar a la melancolía.

Philippe es interpretado por Maurico García Lozano, quien antagónicamente a Carmen, se mueve más por mecanismos morales que le instalan en Paris añorando su vida en México sin la capaciad de renunuciar al castigo que se ha impuesto al dejar el Distrito Federal casi a manera de exilio.

La complejidad de ambos personajes se intensifica más cuando Carmen y Philippe deben aprender a asumirse como individuos independientes, enfrentando cada uno su soledad a pesar de experimentarlo cada uno desde una experiencia casi opuesta, tal vez por ello antagónica.

El pollo con mostaza francés contrastada con la tostada de nopales y queso panela; vino tinto para él, agua de jamaica para ella; la llamada de larga distancia que se marca y la que se contesta; la Torre Latinoamericana y la Torre Eiffel, el viaje y la permanencia; el recuerdo y la tristeza, el duelo y la resignificación.

El proceso de cada personaje es muy distinto en usos, mas muy similar en fines dentro de una escenografía, compartida por ambos actores, que apuesta por lo minimalista; al centro del escenario se ve un cubo abierto cuyo interior guarda un cubo menor simulando las paredes de una habitación abierta el público. Como único mueble se encuentra una silla que es almohada, comedor, butaca de cine, y mirador de la torre Latinoamericana al centro de la Ciudad de México. Cada cambio de ánimo en las interlocuciones de Carmen y Philippe es discretamente sugerido por cambios en la iluminación, en los momentos de más angustia el cubo permanence blanco mientras otras emociones responden a colores cálidos y frios según el caso. Esta herramienta también cumple la función de señalar el cambio de tiempo entre las mañanas optimistas de Carmen y las noches de Philippe en Paris.
Es en una noche parisina cuando Philippe se descubre pensando en Carmen y aquellos momentos en los cuales permitió que la vida lo tomara por sorpresa entre pláticas literarias de Proust, con música de Jaques Brel al fondo, interpretando Ne me quitte pas. Brel abre la oportunidad de encuetro entre Úrsula y Mauricio –Carmen y Philippe- quienes hasta antes de hacer alusión al intérprete francés (favorito, por cierto, de Delerm) sólo habían aparecido de manera individual en la interpretación de soliloquios. Al comenzar la música los personajes alternan sus monólogos y evociaciones personales con escenas compartidas, de diálogos muy breves que señalan los mejores recuerdos de la pareja.

Son la música de Brel, la reincidencia por los objetos más significativos y la prosa poética que narra cada uno de los personajes, hilos conductores para seducir al espectador en un estado de amplia confianza; una vez que el público cede a la fascinación de dejarse llevar por los recuerdos de Carmen y Philippe, explicados y comparados en segunda persona –lo cual entabla una relación más interpersonal-, debe aceptar el dolor contagiado en los dos momentos más catárticos de la obra: Carmen afirma, en su tono de voz suave y sus matices graves, subida a la silla en su rol de Torre Latinoamericana, “has venido al Centro Histórico par aver si puedes encontrar tu centro”, para más tarde escuchar la replica de Philippe, hablando desde la Torre Eiffel “descubres que no hay suficiente Paris para olvidar.”
Si bien es cierto que la interpretación de Maurico es en ocasiones más natural que la de su compañera, ambos monólogos construyen interiores que abruman al espectador y le dejan como único recurso esbozar una risa nerviosa desde la bútaca confirmando la empatía obligada de todo aquel que cuente en su historia personal con una separación amorosa.

Sin duda es Carmen quien manifiesta el deseo de su amor por Philippe, tal vez por condición de género, aunque ello supondría entablar analogías de corte más psicoanalítico que semántico. Pero dada esta condición, es ella quien transforma a Philippe en su objeto de deseo, dador de placer y displacer, destinatario. Esto justifica claramente que el soliloquio inicial sea interpretado por Carmen, pues no sólo seduce a su destinario en escena, Philippe; también seduce al público narrando homodiegéticamente aquello que le produce dolor justo donde se encuentra esa voz lacaniana que ordena y manda en el incosciente : “goza, sufre.”

Nuevamente queda por duda aclarar si la situación vulneranble de Carmen automáticamente se transfiere al especatador, quien dadas las condiciones de su estado (oscuridad, individualidad) proyecta su gozo en Carmen, completando el ciclo actancial, donde por cierto, ayudantes y oponentes son ambos personajes, cada uno de sí mismo y también del público, canalizando una reacción que le permita reconocer que las formas del escenario son las mismas que pertenecen a su estructura psíquica.

La aceptación de lo ficticio tiene como causa diversos actos mímicos, realizados con una correcta expresión corporal que se adapta a cada situación descrita; las caminatas, las llamadas telefónicas, los recuerdos de bailes y abrazos, en todo momento aparecen como hechos positivos que al ser enunciados por la pareja, giran a un proceso de deterioro para lograr la confrontación que alguna vez Villoro y Delerm escribieran en las páginas de sus obras literarias.

La condensación del tiempo es la mejor opción tomada por Sandra Félix para narrar episodios que en ocaciones son autobiográficos, y poder saltar de un país a otro –de una identidad a otra e igualmente intercalar y entre las ideologías francesa y mexicana-, dicha cronología entabla un ritmo que se detiene en las descripciones, muy al modo de Proust, sin dejar atrás las alternancias paralelas (llamadas telefónicas y encuentros en el escenario de Carmen y Philippe) características de la literatura de Virginia Wolf, referencia directa de su anterior montaje.

Tales estructuras temporales encajan muy bien con el espacio sugerido por Félix, simbólicamente el cubo retoma la idea de estructuración psíquica, misma que es indispensable para mantener con vida a los personajes pues si éstos carecieran de este principio estarían condenados a morir, tras abatirlos la melancolía, por no poseer capacidad para elaborar su duelo y resignificarse, es decir, de reconstruir un narcisismo deteriorado tras la separación; volver a ser individuo con significados propios, que paulatinamente son encontrados por Philippe y Carmen en sus salidas al cine, en sus respectivos países, los domingos en casa, y la desición de Philippe por enfrentar su miedo a las alturas subiendo al mirador de la Torre Eiffel.

Finalmente, el mensaje advierte que toda la historia está enunciada por alguien particular –Carmen- cuya perspectiva impregna y organiza el relato, adelantándola a ser la principal narradora de la historia con una perspectiva sentimental y psicológica de la realización del mito griego, donde hombre y mujer, tras haber sido un mismo objeto, son escindidos y separados; expulsados del nirvana y convertidos en dos sujetos a la realidad en la búsqueda pulsional de volver a ser uno, buscando en el otro lo que ya se es y también lo que no se tiene. La autora queda así implícitamente representada, mediante la voz de Carmen, expresando las inquietudes de su yo literario, tal vez preocupada por el futuro de las relaciones humanas y de la suya propia, entablada con su esposo el escenógrafo Philippe Amand, quien colabora con su esposa en su puesta en escena.

Así, el punto de encuentro más importante de la puesta en escena viene cuando ambos personajes se han vencido a sí mismos y se resignifican como sujetos más concientes de aquello que los hace únicos, con la esperanza de intercambiar miradas y aprender a observar de nuevo, con los ojos del otro; intercambiar esa mirada con el espectador para que éste se rectifique como ser humano en el encuentro de claridades pendiente consigo mismo.

Noviembre 24, 2008


BENTLEY, Eric, La vida del drama, Ed. Paidós, México, 1979
http://www.elcalamo.com/carmen.html
http://lenguayliteratura.org/mb/index.php?option=com_content&task=view&id=355&Itemid=180

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