La semana pasada fui notificada sobre la muerte del último profesor de fotografía que tuve en la universidad, se llamaba Víctor, hijo y nieto de hombres fotógrafos. Tras la noticia pasaron por mi cabeza varios asuntos, entre ellos, aquellos días en los que yo no hacía ninguna foto bien y buscaba ayuda en otros, e incluso imitaba a otros para intentar conseguir una foto deshonesta y presuntuosa.
Las exigencias que me puse con ese asunto siempre fueron altas, no soportaba la idea de no llegar a clase con la-foto, no soportaba que mi exnovio (quien siempre tuvo predilección por fotografiar troncos gruesos y abigarrados en blanco y negro) abiertamente decidiera no criticar mi trabajo por malo, no soportaba ver a cuadro imágenes que nunca me gustaron.
Recuerdo de aquella temporada una fotografía de la superficie de un árbol, tomada a color, análoga y desenfocada. Forcé tanto su negativo, hice tantas pruebas sobre la misma impresión, negué a toda costa que aquella fotógrafía estuviera mal tomada, para recibir de Víctor quizá el único comentario que cesó mi compulsión por lograr algo que no podía lograrse:
-Tomaste mal esa foto desde el principio, es que desde el principio no has querido ver.
Eso fue todo. Pocos meses después descompuse mi cámara réflex y me quedé sin novio, también dejé por la paz la corteza de los troncos. Hay días -como hoy- que quisiera borrar del universo la pregunta ¿te agrada?
Y qué si no, me repito. Y qué si no.
Las exigencias que me puse con ese asunto siempre fueron altas, no soportaba la idea de no llegar a clase con la-foto, no soportaba que mi exnovio (quien siempre tuvo predilección por fotografiar troncos gruesos y abigarrados en blanco y negro) abiertamente decidiera no criticar mi trabajo por malo, no soportaba ver a cuadro imágenes que nunca me gustaron.
Recuerdo de aquella temporada una fotografía de la superficie de un árbol, tomada a color, análoga y desenfocada. Forcé tanto su negativo, hice tantas pruebas sobre la misma impresión, negué a toda costa que aquella fotógrafía estuviera mal tomada, para recibir de Víctor quizá el único comentario que cesó mi compulsión por lograr algo que no podía lograrse:
-Tomaste mal esa foto desde el principio, es que desde el principio no has querido ver.
Eso fue todo. Pocos meses después descompuse mi cámara réflex y me quedé sin novio, también dejé por la paz la corteza de los troncos. Hay días -como hoy- que quisiera borrar del universo la pregunta ¿te agrada?
Y qué si no, me repito. Y qué si no.
Claro que sí.
ResponderEliminarMás si es un retrato fijo que muestra formas posibles en su forma estática.
Movimiento para la proyección del espectador.
Sí me agrada.
El pecado es agradar...
ResponderEliminarPss sí. Lo es.
ResponderEliminarY mi pecado fue no distinguir que me gusta el post y la foto. :P