Trabajo, todo el del mundo. Compartíamos la casa tres mujeres, Andrea venía de visita por unos cuadros con motivos huicholes y otros acrílicos. La tarde se iba programando las proyecciones para el grupo. El chamán había llegado, me prestó su tinta azul para mis correcciones. Casi estaba listo el café. Quedaban agendados los talleres de seguridad, a mí todo me parecía una fiesta, poco a poco, me iba sincronizando con el teclado y sus sonidos. El anarquista permanecía en el sillón partiendo algunos caramelos franceses para todos, con sus ideas de quemar las naves y los sueños rotos y las banderas. Habíamos de contactar a otras mujeres de lucha, esposas de intelectuales. Yo guardaba en el fondo la llamada telefónica de la tarde y algo muy similar a la esperanza.
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