Caminamos un tramo la tierra con los pies descalzos buscando el mejor lugar para poner semilla y no lo hemos encontrado. Pero la confianza y el aire que sopla fresco después de la lluvia, el tiempo en cana, las consignas y marchas, los errores precipitados, primeros asomos, un tamal con su atole después de la jornada en plena calle.
Las heridas, siempre las heridas. A mí me lastima encontrar por ahí a algún perro cojo, acomodándose para librarla sin una patita y aquella noche fuimos animales lastimados. ¿Te conozco?
Me parece que no.
Y Lars von Trier cuando te avienta al vacío de un sábado sin fondo. ¡Ayuda! ¡Necesito ayuda! Si quieres venir, vení. Si quieres reir, reí. Siempre queremos reir.
¿Sabes? Me ha reventeado tu mensaje sobre el magisterio porque no me presenté así contigo. No somos los títulos empolvándose en los estantes, ni Lacan o Alberto Híjar partiendo las repisas, no somos estas lecturas irreflexivas. Probablemente no lo sepamos ni lo necesitemos.
Yo llevaba un puesto de ropa en el bazar del barrio, y envolví regalos; ya luego pasé de las pizzerías a los estudios académicos formales.
Anoche le di una moneda a una doña que traía muerto y eso me recordó que volver con la banda siempre es difícil, verlos con la mona o el porro, echando la caguama y viendo youtube como si fuera el fin del puto mundo. Bueno, de hecho lo es.
Además decidí estar solo, a mí ya se me acabaron los pretextos para ser hipócrita con las morras. El amor es un invento del siglo nueve, está documentado. Cuando se fue, cuando tuvo un hijo con otro, cuando reconocí que mi vida se iba a la mierda cada vez que faltaba al trabajo por pasarla con ella en la cama evadiendo cualquier responsabilidad -la más mínima, comer por ejemplo-, cuando lloraba si me veía cruzar la puerta entendí que hay gente que te quiere y te quiere bien jodido. Vaya forma de querer.
Mi trabajo podrá ser cualquier cosa pero me da un día a día, así es que más me vale rifármela. Si pedí la revista para editarla fue porque estaba cansado de que los demás me vieran como el mocosito del grupo, a mí no me importaba colgarme del nombre León Portilla y demás académicos octagenarios. Las seis de la mañana son sólo el consuelo de apreciar la ciudad tranquila y alcanzar lugar en el trasporte. ¿Qué si no? A las diez el café se enfrío, uno no puede darse el lujo de pedirle a doña tal que prepare más.
Y te propongo gastarnos la espuma que forma la cerveza, vamos a escupirle a los ingenieros sus sueldos estratosféricos, vivir fuera del presupuesto es vivir en el error, vamos a ver cine, vamos a repetir tu nombre insondable y voltear este laberinto de mil entradas y suaves contornos.
La tareas quedarán pendientes porque algunas ideas sólo navegan así, formuladas en su acracia y desgano para ordenarse. Las azoteas quedarán llenas de andadores madero y olores dulces. La tristeza parisina no combina con esta felicidad chilanga. La ciudad nos golpea en los trenes donde no cabe un alma, tú en cambio. Caminemos un tramo el asfalto con los pies descalzos...
Las heridas, siempre las heridas. A mí me lastima encontrar por ahí a algún perro cojo, acomodándose para librarla sin una patita y aquella noche fuimos animales lastimados. ¿Te conozco?
Me parece que no.
Y Lars von Trier cuando te avienta al vacío de un sábado sin fondo. ¡Ayuda! ¡Necesito ayuda! Si quieres venir, vení. Si quieres reir, reí. Siempre queremos reir.
¿Sabes? Me ha reventeado tu mensaje sobre el magisterio porque no me presenté así contigo. No somos los títulos empolvándose en los estantes, ni Lacan o Alberto Híjar partiendo las repisas, no somos estas lecturas irreflexivas. Probablemente no lo sepamos ni lo necesitemos.
Yo llevaba un puesto de ropa en el bazar del barrio, y envolví regalos; ya luego pasé de las pizzerías a los estudios académicos formales.
Anoche le di una moneda a una doña que traía muerto y eso me recordó que volver con la banda siempre es difícil, verlos con la mona o el porro, echando la caguama y viendo youtube como si fuera el fin del puto mundo. Bueno, de hecho lo es.
Además decidí estar solo, a mí ya se me acabaron los pretextos para ser hipócrita con las morras. El amor es un invento del siglo nueve, está documentado. Cuando se fue, cuando tuvo un hijo con otro, cuando reconocí que mi vida se iba a la mierda cada vez que faltaba al trabajo por pasarla con ella en la cama evadiendo cualquier responsabilidad -la más mínima, comer por ejemplo-, cuando lloraba si me veía cruzar la puerta entendí que hay gente que te quiere y te quiere bien jodido. Vaya forma de querer.
Mi trabajo podrá ser cualquier cosa pero me da un día a día, así es que más me vale rifármela. Si pedí la revista para editarla fue porque estaba cansado de que los demás me vieran como el mocosito del grupo, a mí no me importaba colgarme del nombre León Portilla y demás académicos octagenarios. Las seis de la mañana son sólo el consuelo de apreciar la ciudad tranquila y alcanzar lugar en el trasporte. ¿Qué si no? A las diez el café se enfrío, uno no puede darse el lujo de pedirle a doña tal que prepare más.
Y te propongo gastarnos la espuma que forma la cerveza, vamos a escupirle a los ingenieros sus sueldos estratosféricos, vivir fuera del presupuesto es vivir en el error, vamos a ver cine, vamos a repetir tu nombre insondable y voltear este laberinto de mil entradas y suaves contornos.
La tareas quedarán pendientes porque algunas ideas sólo navegan así, formuladas en su acracia y desgano para ordenarse. Las azoteas quedarán llenas de andadores madero y olores dulces. La tristeza parisina no combina con esta felicidad chilanga. La ciudad nos golpea en los trenes donde no cabe un alma, tú en cambio. Caminemos un tramo el asfalto con los pies descalzos...
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