-¿Sabes qué pensé después de leer la carta? Dije, claro, yo no sé en qué tipo de mimetismo o relación o dependencia estuvieron esos dos. Leí tus palabras y sonaban a sus palabras y visceversa, como venidas de un mismo origen. Después de leer tus propios apuntes y luegos los suyos, me dije a mí mismo qué haces ahí. Y sí me encabroné la verdad, porque el asunto subrayó que no puedo acercarme, que no hay forma, que es imposible. Esas palabras que usas, las mismas en su carta, el mismo modo, el mismo sentir... es como sí ustedes dos fueran uno que ya no distingue quién es. Es lógico que él accedió a tu fantasma y no importa, pero cuando se juntan todos los pedazos que lo arman completo a uno lo mejor es permanecer a solas en el universo-.
Afuera todas sus apreciaciones me iban cubriendo el sueño, sabía que ni el humo ni los vecinos desvanecerían una verdad así de dolorosa. El laberinto dejaba sus formas primeras para volverse de concreto blanquecino, de ciudad muy vieja. No debía llorar y no lloré. No debía reír y no reí.
El cuarto creciente se colaba por las nubes y alumbraba el espacio en tonos añiles. Como otras tantas veces faltaba todo.
Afuera todas sus apreciaciones me iban cubriendo el sueño, sabía que ni el humo ni los vecinos desvanecerían una verdad así de dolorosa. El laberinto dejaba sus formas primeras para volverse de concreto blanquecino, de ciudad muy vieja. No debía llorar y no lloré. No debía reír y no reí.
El cuarto creciente se colaba por las nubes y alumbraba el espacio en tonos añiles. Como otras tantas veces faltaba todo.
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