Me basta que en las noches arrastres el libro del mundo, lo desempolves y me leas con la paciencia de un anciano y la curiosidad de un niño, cuando las galaxias no sospechan que las miramos y miramos. Es suficiente esta sonrisa, esta paz de tres segundos, este abrazo.
A mí me consta que nos dibujamos mientras el té y las películas están listas, mientras el monitor mantiene vivo nuestro efecto perdurable; hay trazos de pelea y humo detrás la cortina, hay trazos de disculpa, incluso hay trazos de huida en taxi a las diez de la mañana con desayuno de cigarro y las puertas azotadas.
Pero también es cierto -si mirás tan obsesivamente como yo- que este tiempo nos trajo complicidad para hacer figuras de arena y apenas rozar el mar como volando y como muriendo en la furia cautiva de los colibríes en celo y la verdad del pasto crecido. Es muy cierto que estás aquí, a manos llenas. Las dos manos.
A mí me consta que nos dibujamos mientras el té y las películas están listas, mientras el monitor mantiene vivo nuestro efecto perdurable; hay trazos de pelea y humo detrás la cortina, hay trazos de disculpa, incluso hay trazos de huida en taxi a las diez de la mañana con desayuno de cigarro y las puertas azotadas.
Pero también es cierto -si mirás tan obsesivamente como yo- que este tiempo nos trajo complicidad para hacer figuras de arena y apenas rozar el mar como volando y como muriendo en la furia cautiva de los colibríes en celo y la verdad del pasto crecido. Es muy cierto que estás aquí, a manos llenas. Las dos manos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario