jueves, 22 de septiembre de 2011

69

La primera noche que vi a un hombre desnudo bailando fue en un antro gay de mal agüero muy cercano a Garibaldi, el 69. Aquella vez el tiempo se nos iba discutiendo a lo pendejo si la vida era aburrida o no. Yo decía que sí mientras un latinoamericanista de la UNAM sostenía que no y el chino también decía que no, que todo muy pinche divertido, una odisea muy corta para desperdiciarse y todo ese lujo optimista que nunca ha cuadrado bien conmigo. Para mí la vida es larga y aburrida; uno se las tiene que arreglar para más o menos construírsela interesante, pa la banda o para los padres -la más común- y ya en últimas para sí mismo.

Salimos muy borrachos de ese tugurio, a eso de las cinco de la mañana, además salimos robados, apenas con lana para otras chelas que nos rematamos en un cuarto al lado del Río de la Plata. El clásico departamento de un hippie que se queja porque Heidegger era nazi. Me molestaba ese tipo, quería acostarse conmigo, lo había insinuado desde el 69; fue que le llamé al otro compa para que hablara de la vida aburrida y medio me lo quitara de encima. Horas más tarde en su depa el sobrado neopendejo se llevó a la cama a otra morra más ebria que yo.

Para entonces eran las siete, ya todos dormidos, excepto el chino y yo poniendo canciones de borrachos, así nada más. Acordamos escuchar Latinoamérica de Calle 13 y luego salirnos de la vecindad. Nos quedamos un par de minutos muy abrazados, como si fuera lo único posible con esa clase de borrachera, sin insinuaciones ni besos ni fajes ni nada, sólo abrazados como protegidos de un mundo culero.

Pensé que de esa forma abrazaba un ser humano que estuvo preso una temporada. Asumí que no necesitaba más, ni seguir perdiendo el tiempo en cantinas, ni exponiéndome a lo bien pendejo. Fue ese amanecer, estoy segura. Algo en las entrañas venía a ponerme límite, de menos a decirme que ya no quería pasarla mal. Comprendí que uno llora porque sabe que otro va a soportarle el llanto y quizá nada, sólo eso y nada.

1 comentario:

  1. Tu relato hizo que recordara algo que me pasó en yucatán hace años.
    Después de estar unos meses en la selva, un vale y yo nos contagiamos de malaria.
    Los mayas se curan la enfermedad tirados en la hamaca y sin medicamentos. Escapamos del rancho y de aventón llegamos a mérida. Sin un varo y sin posibilidades de obtenerlo nos esperaba un terrible padecimiento;dormíamos en las banquetas y nos levantaban a palazos los tira, nos recluían por las noches en las oficinas del pri (un edificio con decorados de kukulkán y con una gran picina de meados) allí escondían a los indigentes de la ciudad, todos eran mayas depauperados, nos relataban en un maya que intentaba ser castellano su vida llena de dolor. Yo escuchaba desde los delirios de la enfermedad y me avergonzaba de preucuparme por mi salud, mientras esa gente vivía con heridas y llagas terribles. A las 5 de mañana nos aventaban a la calle, con un cansancio inmenso y una debilidad que impedía moverse buscábamos un sitio donde agonizar.
    Un día entre alucinaciones escuche a una mujer que gritaba, me encontraba dormido a fuera de su casa y exigía que me largara. Sin fuerzas siquiera para abrir los ojos trate de explicarle mi condición y le pedí me diera chance de descansar un momento, ella vociferaba; mugroso, borracho, voy a llamar a la policía. Entonces me levanté con esfuerzos y agarrándome de las rejas intenté caminar, las piernas se me doblaban y no podía sujetarme con los dedos. Caí al suelo y me rodearon unos escuincles infames que se burlaban, les menté la madre, entonces empezaron a roquearme. Me tiró paró un morro, me abrazo y como pudo me ayudo a salir de ese pinche lugar. Este valedor se dedicaba a atracar. Me enseñó una tranza pa sacar una feria. Saqué a mi compa del albergue, donde estaban a punto de expulsarlo pese a su mala condición ( sufría convulsiones por la fiebre). Gracias al morro conseguimos raite hasta el defe.

    Sí compita, uno necesita un abrazo en medio de este mar de culerés.
    Cámara, que estés chido.

    ResponderEliminar