Partamos la certeza en mil pedazos, en mil bienvenidas que repartir entre ciegos. No hay nada. Un vacío de septiembre, algún mensaje colgado en mis caminatas de mercado, el olor a carne cruda, las mejillas frías. Siempre me recuerdo mucho tus manos heladas, brillosas, tus uñas descuidadas. No sé por qué, pero guardé cada náusea de no despertarte, cada temblor de manos sobradas en la imposibilidad de formularte nuevas y bien distintas ecuaciones que inscribir en tu espalda. Me pareces una habitación a oscuras que voy tentando sin pista tuya. Tampoco sé por qué la gente viene a contarme cosas de tus ojos. ¿Hace cuánto no me sabes? Sumé. Los días son largos, no llevan la cuenta de estas faltas y mis propios bienintencionados intentos. Hice inventario de todas estas horas que llevo persiguiéndote a lo muy miserable. Las caminatas se me están haciendo angostas, temo mucho que encuentres mi cara de espanto. Tú, mi quién sabe cuándo. No sabía que conservaba este talento para vaciarme en convulsas líneas como trazando direcciones de red de transporte colectivo metro que no llevan a ninguna parte. Traje para ti una palabra desnuda, una nada más -quizá- la primera.
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