Uno de los vicios que de profesión arrastro es la imposibilidad para explicarle a los demás cuál fue el objeto de estudio de mi generación perseguido durante cinco años de universidad. Cualquier intento por definir el fenómeno comunicativo se queda parco, gris, repetición aburrida del teórico fulano o mengano. Qué mal.
No sé si sea el caso de otras profesiones, artes u oficios, la danza o la cibernética –por ejemplo- pueden definirse con mayor sencillez. Esa constante me ha tenido alerta cuando alguien me pregunta a qué me dedico, por lo tanto me obligué a elegir definición, la más simple: soy comunicóloga, respondo. Luego a quemarropa el interlocutor voraz preguntará ¿qué es comunicación? Y ya, sin dudarlo ni darle vueltas contesto: poner en común el asunto.
En gran medida las anotaciones de mi tesis universitaria aclararon el interés por acordar algunos puntos sobre el evento audiovisual en el cine. Para aquél prólogo cuidé mantener tres ejes: la universalidad de las manifestaciones culturales, mi capricho por la imagen en movimiento (cosa que heredé precisamente de la danza) y la inquietud por aquellas actividades de divulgación, concepto que definí entonces como decir-sobre, para finalmente reproducir: quiero decir sobre cine y poner en común al cine.
Pero hay más. Desafortunadamente mis respuestas fáciles no alcanzan para tener un poco de perspectiva sobre la complejidad básica de los procesos comunicativos actuales. La estructura y dinámica del sistema nuestro de cada día –caduco, terriblemente caduco y hediondo- pone a la comunicación global y local como principal responsable de la elaboración de rasgos de identidad social. Es decir, en aquello que se comunica –en esa práctica de poner en común lo que acontece en lo social, concebida así por albergar en su definición las ideas de los sujetos- están depositadas las construcciones de sentido más arraigadas de nuestro ser en tanto colectivo, nacional.
Esa directriz discursiva ha quedado delegada sin mayor reproche a los diferentes medios de comunicación. Lamentable y cierto como esa voz que advierte sin pudores: no hay producción de sentido.
O tal vez sí, aunque por asociación de síntomas, los mensajes intercambiados entre particulares están condenados a gestarse en un panorama al cual le veo por el momento ciertas características: volatilidad, dolor, intransigencia y pánico.
¿Y luego qué? El resultado se lee solo: si la crisis de la clase media mexicana radicaba en la anulación de su generación de bienes y la debilidad de sus relaciones de producción (anótese la palabra desempleo), así como su conversión en una masa teledirigida sin operación en lo político, más las incongruencias propias de su tendencia al escándalo entre lo público y lo privado; y aquello que por historia o por ocio se quiera agregar a la lista. Ahora el patetismo es extendido a eliminar de tajo cualquier proceso de comunicación medianamente saludable.
El sujeto no puede poner en común sus necesidades primordiales pues las reglas del juego en tal catástrofe apuntan a que todo lo dicho se perderá al instante, será articulado desde un gran malestar, detonador de la incapacidad para avanzar en plural, teñido por el miedo a expresarse.
Lo que es peor, grupos enteros están celebrando en este momento la posibilidad que las redes sociales proporcionan para socializar sus ideas.
Tengo mis dudas. Con todo el tinte apocalíptico del que estoy segura guardan mis letras, la comunicación humana va en detrimento pues la construcción de distintos egos se está generando exclusivamente en lo impersonal, en el anonimato.
No me sorprendería que en poco tiempo empiecen a dictar los encabezados del blogroll que el índice de personas con trastornos emocionales vaya a la alza, como no me sorprendería tampoco que esta entrada sea absolutamente ignorada por mis siete lectores o que mañana a la mañana despierte y vaya al twitter para leer muchas referencias biográficas –bios- de personalidades exitosas, especialistas en social media.
Al final la línea de ánimo estilo Goya dice tres palabras: sociedad-transgredida-hiperinformada.
Bienvenidos al futuro.
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