jueves, 11 de febrero de 2010

Reconstrucción o breve repaso sobre la condena (4a parte)

Esta entrada retoma mis apreciaciones sobre el cine de paranoia escritas el mes pasado, el tema se desborda por sí solo pero más vale sugerir en las siguientes oraciones mi punto sobre la caduca institucionalidad. Si no mal recuerdo, con el ejemplo anterior (Brazil, de Terry Gilliam) señalé a la familia como buena promotora de la paranoia. En esta ocasión toca sentar en el texto de los acusados a la ciencia, la labor de los hombres.

3: 21am, nota personal: sólo son números.
Max Cohen, parece haber perdido el contacto con la realidad del mismo modo que Lowry en Pi (Aronofski, 1998); él también cree haber sido llamado a salvar el mundo, e incluso se denomina el elegido ante un grupo de judíos que le ha buscado para pedirle el número divino.

El objeto perseguidor de Cohen es la incansable búsqueda de patrones que muevan al universo.
La genialidad y la aptitud matemática guardan siempre dentro de sí un rasgo psicótico -paranoide- a lo largo del film.


Además se presenta otra consecuencia en Cohen: la sustitución de la sexualidad por la tecnología. Max Cohen escucha detrás de sus máquinas, justo antes de su crisis paranoica más grave, el gemido de una mujer... que no le da ninguna respuesta.El grado de de perversión guardada entre la máquina y ser humano bien fue descrita en la lieratura por J.G. Ballard en su novela de ciencia ficción, Crash; sin embargo el punto de vista de Aronofski sugiere como en Gilliam una supresión total de la genitalidad pues el paranoide está siemdo tan perseguido que obtiene de esta experiencia todo el displacer necesario, mientras sus experiencias placenteras están entregadas a las largas jornadas de trabajo o a la solución obsesiva de paradigmas inexistentes.

Cohen también se desvanece ante la culpa de no poseer el código revelador, además su instancia paterna también fallece.


La obsesión del espiral, nuevamente la ascención del antihéroe que falla a quienes ha pretendido salvar, logran en Max un delirio más dramático cuyos contenidos latentes son doblemente complejos de interpretar.

Sin embargo, Cohen marca la diferencia al ser capaz de llegar a un estado mínimo de conciencia que le permite observar su tragedia y redimirse al quemar la hoja con los números del patrón anhelado.

El universo interior de Cohen señala que su cerebro, o el de su máquina, no funciona correctamente, quizá por eso decide herirse cabeza. El delirio reconstruye la fantasía donde Cohen puede herir su cerebro. Al delirar, incluso se observa un desplazamiento donde él mismo cree ser el interior de su computadora personal -amante a la vez- contanto cada número del patrón.

El cuestionamiento más válido en torno a este breve repaso sobre la condena radicaría en la reflexión sobre el entramado social que exige, para mantener sus estándares de normalidad gente potencializada a cumplir el rol del héroe, asunto que en verdad no sería necesario, renunciando a los estatutos de poder, como hace Cohen, y abandonando la sanción moral, es decir, cambiándola por la ética que observa más al humano. Aunque cierto es que dicha postura resulta inútil pues la legitimización del poder justo se da por medio de quien lo ejerce y quien sanciona lo que considera sancionable.

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