lunes, 5 de abril de 2010

Reconstrucción o breve repaso sobre la condena (5a y última parte)

Nota:
Tardé bastante en subir la última parte de este ensayo. Marzo se robó bastante espacio de mi bitácora para expresar algunos cabos sueltos sobre la incertidumbre y el deseo, también sobre el amor. Prometería mentiras si afirmo que abril será toda conciencia por estos lares. Lo dudo bastante, el calor atolondra las neuronas y más allá de todo, el caos se antoja apocalíptico en estos días, todo es intelectualidad, falsa revolución, cifras de ejecuciones a sangre fría in-crescendo y un montón de cosas que me aterra tratar de articular aquí.

Quien frecuente esta maraña de escribajos sabe que la-situa nos tiene rebasados a muchos y con las manos muy ocupadas (eso espero) a otros; sin embargo quedaban pendientes las notas sobre el cine de paranoia y quiero postearlas como la pequeña triquiñuela de prolongar la reflexión sobre las instituciones y su fracaso; la familia ha fracasado, el progreso también, ¿qué falta pues para hacer camino en un sistema caduco, el cual está batido de sangre peor que rastro o bistecería?

Sin propuestas esta ocasión, cosa que me incomoda bastante. Todo por decir, todo por quejarse pero lejana todavía de decir que las cosas van a solucionarse de tal o cual forma. No, tampoco es valemadrismo, es amplia duda. Elegí El locatario para esta reconstrucción o breve repaso sobre la condena, con esta película termino por exponer mis dudas sin quitar el dedo del renglón porque sé que antes de la muerte estarán planteadas más dudas pero también algunas respuestas. Si usted tiene alguna sugerencia a modo de conclusión, no olvide pasar a escupir sin salpicar.

La desventaja de ser el vecino incómodo
Es Roman Polanski quien ilustra dicha postura en otro caso paranoide: el de El inquilino, muestra única y veraz que la represión más cercana, al margen la tecnología, radica en el seno familiar. Le Locataire, 1976, es el ejemplo más cercano para concluir que el objeto perseguidor del paranoide proviene, en la mayoría de los casos, del mundo exterior del individuo, aunque a penas se manifieste y sea contrapunto para el sujeto, pueda ser razón suficiente para desencadenar entimientos persecutorios.

El inquilino, encerrado en la característica vivienda asfixiante del mundo posmoderno, al igual que Lowry y Cohen, desata el sentimiento de culpa por la muerte de la mujer por quien más tarde habrá de delirar que es ella padeciendo su mismo final trágico: el suicidio.

El retrato de lo paranoico en lo cinematográfico irá ligado mientras la conciencia del sujeto tenga espacio, entre el tumulto de su acontecer diario, para hacer un alto a favor de sí mismo. De otra forma la condena para la sociedad es clara y enunciada por tres actores de los muchos que podrían estar en sus zapatos. Sólo la redención, equivalente a la rebelión más emancipadora, logrará hacer volver al humano a lo humano lejos del miedo, ahí donde está el sufrimiento, donde ni la fantasía salva al mundo.

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