domingo, 6 de junio de 2010

5. Boca a boca

Sobradas las reflexiones de carácter semiótico, filológico o hermenéutico en esta bitácora, sencillamente porque son complejas y su estudio requiere mayores recursos, es casi seguro que se tiene a la mano la noción más básica del lenguaje a razón de ser éste exclusivo del género humano. Los más abusados han visto en lenguaje e historia aquellas construcciones que representan para el hombre la clara oportunidad para diferenciarse de los animales.

Con esta premisa me gustaría hacer una breve revisión sobre la oralidad en estos días. Carlos Montemayor plasmó en obras como El cuento indígena de tradición oral la función del relato mítico para hacer prevalecer a las comunidades a través del tiempo; es decir la necesidad de ciertas culturas de enunciarse exclusivamente en lo verbal.

En el pasado era labor de sacerdotes, oradores o chamanes hacer entrega del conocimiento a los grupos que compartían entre sí costumbres, rituales y creencias. Sin embargo, dadas ciertas características del acto comunicativo oral, tales como la fugacidad e inmediatez, estas entregas debían encerrar aquellos valores cimentados desde el pasado del colectivo en aras de ser consultadas y aplicadas en el futuro, y aún más allá, ser portadoras de una atemporalidad extraordinaria. Esto puede verificarse en algunas expresiones conocidas como: “en tiempos de sequía”, equivalente a “en tiempos difíciles”; o “cuando cae el cielo” equivalente a decir "cuando llueve" o “cada verano".El fenómeno de la oralidad se revela inmediato, volátil y permanente, rapidez que perdura; resistencia cultural en el acto último del hombre: comunicarse.

La necesidad de atender minuciosamente los mecanismos de la tradición oral posibilitan que las enseñanzas de antaño se trasladen al mundo actual como argumentos listos para enfrentar los conflictos propios del desmoronamiento capitalista.

Sin embargo, es también indispensable la materialización de las ideas recogidas de las manifestaciones orales. Ésta puede llevarse a cabo echando mano de la tecnología, específicamente con ayuda de herramientas audiovisuales tales como el documental o la fotografía. La posibilidad de una materialización escrita también es plausible pero honestamente poco práctica en un mundo donde la proliferación de imágenes ha desbancado el hábito de lectura.

Veo en la construcción audiovisual un sano complemento para retratar aquello que nuestros ancianos van contando; iniciativas tomadas por algunos curiosos en México, como son el Festival de la Memoria –celebrado en Tepoztlán, Morelos-, la Muestra de Cine y Video Independiente Contra el Silencio Todas las Voces, o el Festival de Cine en el Campo, han demostrado que existe inquietud por parte de realizadores y sujetos en minoría para acercarse al medio y contar su-realidad.

Algunas complicaciones aparecen en tanto la brecha generacional existe pues para las generaciones más jóvenes no es necesario abrazar el conocimiento de los mayores, sin embargo, la propuesta de generar materiales audiovisuales, vehículos de la oralidad, abarca también un compromiso didáctico que haga notar a los más pequeños por qué es importante la permanencia de los suyos en el mundo.

Finalmente, la invitación para aquellos interesados en la manufactura de algún video o fotografía es una sola: guardar respeto por la mirada del otro; hacerla un solo alter (realizador-actor social) y desprender el juicio inútil de que los actores sólo están ahí para verse bien a cuadro. Todavía es tiempo donde muchos creen que las manifestaciones más viejas son fuente inagotable de cánones estéticos “étnicos” y nada más; se trata de resistir en la producción audiovisual con las culturas, no de lo contrario.

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