lunes, 10 de enero de 2011

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No tengo el apellido de un buen culo dando las noticias de veras importantes en cnn, ni tengo un auto, ni fondos a plazo fijo, afore y pretexto para retirarme de esta vida tibia a desdebido tiempo.

No tengo -digamos- pérdón para pedir. Ni tengo tampoco dios, vírgenes y santos de día veintiocho. Carezco de razón más o menos convincente para descolgar el teléfono y teclear el cero uno, siete, siete, uno, a las tres de la mañana y luego a las cinco si vuelvo a despertar.

No me hago a este diván donde escribo (te juro que escribo) el sueño de hace veinte noches y el sucesivo de hace diez y luego el de hace cuatro, con la idea de que aparecerás por ahí fuera de mi vigilia hoy si se te antoja o mañana y quiera alguien que dentro del próximo mes también para sentir tu cercanía aunque sea así entre líneas freudianas incapacitadas para dar respuesta. Quiero decir, respuesta convincente.

No tengo intención de confesarme con extraños, aclarando tu nombre con mil historias inverosímiles de consumo ultra rápido para hacerme la interesante. No tengo pues ni rostro ni huella dactilar ni estilo ni forma ni fondo ni sentido. No tengo mensajero que te diga, celular que te diga, red social que te diga, algún amigo que te diga -carajo- cómo vas hacerme falta.

Y ya en últimos intentos también es justo, amor, que sepas cómo no tengo a la mano acción urgente o mitin o asamblea o mesa de trabajo que elabore y reestructure este anuncio error fatal en el sistema.

¿En qué buzón de quejas y sugerencias se deposita la ausencia? ¿En qué pinche trámite debo licitar tu regreso? ¿En dónde enlisto las cosas que ni vivas ni muertas simplemente quedan desaparecidas?

1 comentario:

  1. La receta: tiempo, abstinencia, soledad. Porque cuando las cosas son como salir de un manicomio para entrar a un panteón, para eso están los amigos. Abrazos.

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