viernes, 20 de mayo de 2011

Vieja guardia

Es mejor soltarse a escribir cuando no se ajusta el tiempo a la memoria.
Barricada99



Ihuicpa tlahuizcalpa


Fue a Ana que le tocó avisarle a la mamá del Juan que se lo habían llevado para San Fernando. El catorce de abril reventó la huelga en la Prepa 2 y conforme fueron entrando los tiras igual iban llenando camiones de alumnos con todos los que cupieran. Tendrían apenas unos dieciseis, diecisite años, no más. A Kathia también se la llevaron pero fue hasta después de la formal prisión que se topó con Juan y de ahí pues se fueron haciendo más o menos compañeros.

Cuando doña Tina se enteró que el menor de sus hijos estaba preso no lloró, igual sí sintió pena pero no dejó que se le notara. Además tenía encargo de ir al casillero del Juan, de la manera que fuera, para sacar unos volantes del sendero luminoso que por aquellos días había impreso con unos compas del Perú.

Estábamos muy morros todos, quiero decir que jalar la lucha entonces era fácil, no por las condiciones, nada de eso; era fácil creerse el cuento de estar cambiando al mundo y si no al mundo por lo menos sí a la universidad. Creíamos en la educación, en la democracia, en que CU daría ejemplo de un movimiento estudiantil de nueva cuenta para toda América Latina.

A mí me consta que el Juan se aplicaba para ésas, por lo menos desde unos meses ya había dejado el trago y siempre decía que ya no tomaba porque el sistema quería eso, que estuviéramos adormecidos.

Estando entambados en el tutelar nos aventaron cargos por cinco delitos distintos, dos de ellos que no se consideraban infracciones desde el 68, pero ya adentro tratábamos de seguir el trabajo colectivo. Todos los días armábamos asamblea y de buena gana firmábamos que no cedieran, que si era necesario quedarnos adentro a cambio de no prostituir la UNAM, pues adelante.

Ana ya no se despegó de doña Tina, andaban bien movidas para sacarnos lo antes posible. A las dos semanas hubo una visita y calleron nuestras madres. Nos sacaron a todos al patio y el Juan nos dijo que no lloráramos para que nuestras jefas estuvieran tranquilas.

Formamos una hilera como de quince, llevábamos las manos en la nuca. Frente a la fila había otra que habían formado las señoras. De alguna manera ellas se habían organizado, nunca habían tenido presencia política ni nada, pero a partir de entonces su politización fue inminente, hablaban de libertad, de equidad de género, de derechos estudiantiles.

Cuando las vimos ahí lloramos peor que chamacos de tres años perdidos en un parque, solos, terriblemente solos, a esa hora general en la que las familias de más dinero sacan a pasear su indiferencia.

Chillamos mucho, nunca se me va a olvidar la cara de doña Tina viendo con amor al Juan y pues de pasada a todos los demás que siempre caíamos a comer a su casa.

Ya luego el Juan me contó de un oso de felpa que encontró en los casilleros donde se guardaba la propa, cuando estuvo fuera lo recuperó para volverlo a perder. A mí siempre me quedó duda si lo había llevado doña Tina o el mismo Juan. Estaba bien chido ese oso.

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