Hay un fuego en mí
exhalándose con aliento de lobo
que remonta a diario
los lugares a donde me es imposible volver.
Atrás hay ceniza, cementerios y cardos,
—un paisito de fosa—
noches siniestras con los pies desnudos
y ardor doliente.
Hay un fuego en mí quemando mi casa,
haciéndolo todo sequía
y todo desasosiego.
Los sueños no revelan, queman
y se desprenden de mí
como piel despellejada.
lunes, 23 de octubre de 2017
miércoles, 6 de septiembre de 2017
Barquito
Para po.
Sé que estás en otro rincón del mundo
y que tus ojos son infinitamente más libres
porque has conocido la luz del día claro.
Sé que hace no mucho doblaste el orgullo
y con él hiciste un barquito de papel
cuya misión es llevarte por países raros
con la certeza de sentirte amado.
Sé que nos encontramos en un sueño
y la edad te hace ver más alto y sensato;
vienes acompañado de una linda muchacha
con la mochila llena de perdones y tiernos olvidos.
Nos abrazamos como dos hermanos lejanos
amigos que nunca quisimos ser.
Te lo dije, de esto se trata.
Has crecido demasiado,
la zozobra y el miedo no se sirven en tu mesa
y de alguna tenue manera
tu barquito ya no lleva mis amarras.
viernes, 1 de septiembre de 2017
Río bravo
Todo lo que permanece
a orillas del río crece
el páramo de esta casa
mis pequeñas angustias
la espera diurna
de lo que no llega.
el páramo de esta casa
mis pequeñas angustias
la espera diurna
de lo que no llega.
Las aguas se inflaman,
yo vivo
prófuga de mí.
Falling
Él removía mi vientre
como agitando un puñado de arena.
Más tarde pude constatar que las plantas
se enredan en calma, bajo la sombra
incluso en la noche más profunda,
en los deberes de ausencia
en la insistencia de la lluvia;
y la vida no se detiene.
Una mañana de frío
sabía aunque no en palabras
que todavía es demasiado pronto
para caer.
como agitando un puñado de arena.
Más tarde pude constatar que las plantas
se enredan en calma, bajo la sombra
incluso en la noche más profunda,
en los deberes de ausencia
en la insistencia de la lluvia;
y la vida no se detiene.
Una mañana de frío
sabía aunque no en palabras
que todavía es demasiado pronto
para caer.
martes, 18 de julio de 2017
Apuntes sobre el estrago
1.
Esta mañana tomé el metro para llegar a una cita de trabajo a hora y cuarto de distancia del lugar que es mi hogar. El desvelo de siempre, las pocas ganas de siempre, el ayuno de casi siempre, la impuntualidad de siempre, la limitación. La falta.
2.
Encuentro frente a mí a una mujer joven, calculo que tiene máximo treinta y cinco años, pero quizá tenga treinta como yo que le miro. Va sentada y saca sombras y rímel barato de una cosmetiquera muy vieja y sucia. Le miro las medias y me parecen infantiles, son caladas y de rombos, se notan viejas. Me sorprendo criticando a esta pasajera que no conozco, cometo el crimen de pensar en aquello que no tiene.
3.
A un costado de la mujer viajan dos niñas y pienso que son sus hijas, una tendrá diez o once años, carga a quien debe ser la menor, una niña de dos años que bebe leche de un vaso entrenador. La mirada de la más pequeña sobre "la madre" es desafiante, casi de enojo. La mirada de la hija mayor es curiosa, se asoma a la otra. Es que casi podrían ser tres hermanas.
4.
Leo en algún lugar de mi delirio que la hermana mayor se dice así misma que quiere ser como su mamá, y qué gala maquillarse, pintarse los labios, usar tacones. Para entonces he sido descubierta, la niña mayor me ha visto y sonríe.
5.
La mujer mayor frente a la niña mayor comparten secretos, me gusta esa complicidad entre ellas, hablarse bajito, reír poquito. Ni por un instante la madre ha dejado de maquillarse pero la máscara va quedando fatal; el delineador ha quedado chueco, el polvo ha sido demasiado, las sombras van en un color poco discreto para esas horas de la mañana y encima el bilé no combina en lo absoluto.
6.
Pienso en mi madre y en las siguientes cincuenta sesiones que seguramente tendré que recetarme en diván para descubrir algo que no sé o que siempre supe. Es el horror, siento náuseas por el desvelo, me miro reflejada en la ventana del metro y aparece el monstruo en mí: es que me veo infantil y llevo las peores ropas para el trabajo, y además, no me he maquillado, tal parece que no estoy asumiendo con suficiente severidad la adultez.
7.
Ha ocurrido nuevamente: me humillo.
8.
El tren sigue su rumbo. Miro de nueva cuenta a la supuesta madre y noto una repentina supuesta tristeza, trato de justificarla con el pretexto del maquillaje barato que acentúa algunos rasgos en su cara. Pero no. Está triste. Las hijas seguro lo saben. Así se formulan los pactos con el dolor.
9.
Llegamos todas a la estación Centro Médico, las compañeras de viaje salen del tren, las despido con un breve ademán trazado en el aire. Un largo adiós como en aquel libro de Conrad.
10.
Por la noche recuerdo todo este trance matutino y soy capaz de recordar también cuando mi madre compraba zapatos afuera del metro. Recuerdo esas mañanas de salir de casa para ir a la escuela con el sabor en la boca de un mal chocolate con leche.
11.
Mi madre en tacones, minifalda y medias, con su cabello rizado con base permanente. Ambas caminábamos por los adoquines afuera de esta casa, en la calle que todavía hoy recorro cada que voy al trabajo, 25 años después. Allá va ella con su hijita de siete años a quien le paga la escuela con demasiados esfuerzos, allá vamos ambas mientras recito de memoria las efemérides para la próxima ceremonia.
11.
Algo aquí espera sanar.
Esta mañana tomé el metro para llegar a una cita de trabajo a hora y cuarto de distancia del lugar que es mi hogar. El desvelo de siempre, las pocas ganas de siempre, el ayuno de casi siempre, la impuntualidad de siempre, la limitación. La falta.
2.
Encuentro frente a mí a una mujer joven, calculo que tiene máximo treinta y cinco años, pero quizá tenga treinta como yo que le miro. Va sentada y saca sombras y rímel barato de una cosmetiquera muy vieja y sucia. Le miro las medias y me parecen infantiles, son caladas y de rombos, se notan viejas. Me sorprendo criticando a esta pasajera que no conozco, cometo el crimen de pensar en aquello que no tiene.
3.
A un costado de la mujer viajan dos niñas y pienso que son sus hijas, una tendrá diez o once años, carga a quien debe ser la menor, una niña de dos años que bebe leche de un vaso entrenador. La mirada de la más pequeña sobre "la madre" es desafiante, casi de enojo. La mirada de la hija mayor es curiosa, se asoma a la otra. Es que casi podrían ser tres hermanas.
4.
Leo en algún lugar de mi delirio que la hermana mayor se dice así misma que quiere ser como su mamá, y qué gala maquillarse, pintarse los labios, usar tacones. Para entonces he sido descubierta, la niña mayor me ha visto y sonríe.
5.
La mujer mayor frente a la niña mayor comparten secretos, me gusta esa complicidad entre ellas, hablarse bajito, reír poquito. Ni por un instante la madre ha dejado de maquillarse pero la máscara va quedando fatal; el delineador ha quedado chueco, el polvo ha sido demasiado, las sombras van en un color poco discreto para esas horas de la mañana y encima el bilé no combina en lo absoluto.
6.
Pienso en mi madre y en las siguientes cincuenta sesiones que seguramente tendré que recetarme en diván para descubrir algo que no sé o que siempre supe. Es el horror, siento náuseas por el desvelo, me miro reflejada en la ventana del metro y aparece el monstruo en mí: es que me veo infantil y llevo las peores ropas para el trabajo, y además, no me he maquillado, tal parece que no estoy asumiendo con suficiente severidad la adultez.
7.
Ha ocurrido nuevamente: me humillo.
8.
El tren sigue su rumbo. Miro de nueva cuenta a la supuesta madre y noto una repentina supuesta tristeza, trato de justificarla con el pretexto del maquillaje barato que acentúa algunos rasgos en su cara. Pero no. Está triste. Las hijas seguro lo saben. Así se formulan los pactos con el dolor.
9.
Llegamos todas a la estación Centro Médico, las compañeras de viaje salen del tren, las despido con un breve ademán trazado en el aire. Un largo adiós como en aquel libro de Conrad.
10.
Por la noche recuerdo todo este trance matutino y soy capaz de recordar también cuando mi madre compraba zapatos afuera del metro. Recuerdo esas mañanas de salir de casa para ir a la escuela con el sabor en la boca de un mal chocolate con leche.
11.
Mi madre en tacones, minifalda y medias, con su cabello rizado con base permanente. Ambas caminábamos por los adoquines afuera de esta casa, en la calle que todavía hoy recorro cada que voy al trabajo, 25 años después. Allá va ella con su hijita de siete años a quien le paga la escuela con demasiados esfuerzos, allá vamos ambas mientras recito de memoria las efemérides para la próxima ceremonia.
11.
Algo aquí espera sanar.
martes, 13 de junio de 2017
Otra vez
Recorrer el mismo camino
pero no el mismo
ahí, en cada grieta,
en cada miedo
debilitamiento o zozobra
bien
valdría
caminar despacio,
depositar aquel amor
de entonces que ahora
existe
y es real,
amándonos todavía
más
que en aquellos calendarios
temidos,
mucho más, hasta convencerte
hasta que la lluvia
escampe
hasta que la planta
surja de la tierra
e ignores en tu sueño
profundo de ave
todos los finales
que de nosotros
podrían contarse.
sábado, 13 de mayo de 2017
Mala conciencia
.
.
Desde hace un par de semanas
esta tarde de sábado para ser más precisa
un epifanía de ternura recorre la casa,
intento dormir y no puedo
ahí está la vida en la mecedora de la abuela
lanzando su hechizo
las vísceras crujen
el cielo se nubla
la metáfora perfecta para otro poema inútil
sale a relucir
y el cuerpo se crispa
quiero salir sin espantar a las plantas
ensuciar la existencia con el smog de la calle
y toparme con nuevos latidos
confundidos y apesadumbrados como el mío
todavía me acuerdo de hace dos años
el día en que por azar perdí lo que no tuve
hacía este mismo calor gris de mayo
y yo tenía más plantas regadas en lugares ajenos
a los que nunca logré pertenecer y adaptarme
y quizá es por eso que ahora
debo limitarme a recorrer más horas en silencio,
ese estatuto tan distinto de no hablar, callarse
no decir y si es posible tampoco pensar.
Decía que una revelación se asoma
en lenguaje y cuerpo oculto, pero entiendo:
no puedo apartarme
huir
abandonar
la propia tarea de de vivir.
.
Desde hace un par de semanas
esta tarde de sábado para ser más precisa
un epifanía de ternura recorre la casa,
intento dormir y no puedo
ahí está la vida en la mecedora de la abuela
lanzando su hechizo
las vísceras crujen
el cielo se nubla
la metáfora perfecta para otro poema inútil
sale a relucir
y el cuerpo se crispa
quiero salir sin espantar a las plantas
ensuciar la existencia con el smog de la calle
y toparme con nuevos latidos
confundidos y apesadumbrados como el mío
todavía me acuerdo de hace dos años
el día en que por azar perdí lo que no tuve
hacía este mismo calor gris de mayo
y yo tenía más plantas regadas en lugares ajenos
a los que nunca logré pertenecer y adaptarme
y quizá es por eso que ahora
debo limitarme a recorrer más horas en silencio,
ese estatuto tan distinto de no hablar, callarse
no decir y si es posible tampoco pensar.
Decía que una revelación se asoma
en lenguaje y cuerpo oculto, pero entiendo:
no puedo apartarme
huir
abandonar
la propia tarea de de vivir.
lunes, 8 de mayo de 2017
Regreso
-Poemas para crecer-
Con la necesidad
de ser
invisible en la ciudad
arrojada a perseverar
nuevas mañanas,
las plantas en espera de agua
el árbol desconocido que habita mi cuadra
los espejos llenos de polvo
frente a mí
mirándome a los ojos,
examinándome
como animal
raro
y decir esta no-soy
la misma arruga en la frente
pero un poco distinta
la misma manía de proponerme
iniciar de cero
porque sea lo único que a veces
salva
pero un poco distinta
porque los amigos vinieron
a regar el breve jardín interior
y en los estantes reposan
otros rayos de luz y silencio
polutas neón y fragmentos míos
a ocho bits, un templo
remoto y vectorizado.
Hay un lugar en todo esto
al que puedo volver
tiene proporciones exactas de ternura
y deseo,
asentado con la franqueza
de quien no puede regresar a la infancia
de quien sostiene en sus manos
la fragilidad de un día nuevo,
ese planeta en espera
de recorrer
ir, avanzar
no detenerse
quizá con la promesa de existir y ya
sin que a nadie le convenga
porque sí, porque es de día
y en los cajones aguardan
calcetines perdidos
trastes viejos
libros tristes
anécdotas para entender
el estado del tiempo
la dimensión de las cosas
apenas descrita
sin inventar.
Vengo de un lugar todavía más distante
y extraño
vengo de las confesiones del cuerpo
donde cruza el lunar con la herida
conjunción entre el caos y la exhalación
llamada a traducirse en ritmo,
del encuentro precipitado
que oscila entre la incertidumbre
y algunas certezas siempre inútiles,
el tiempo en que fui preciosa
esa flor que ignora su figura.
Pero el asunto me parece más serio ahora,
se trata de dibujar un centro, una curva
al lado del río cuyos alrededores
han reverdecido.
Se trata de mí, otra vez
en esta ocasión vacía de silencio
con la palabra
viajando
para ocupar un lugar en el mundo
con la labor por delante
política y transformadora
porque no puedo ahora esperarme
debo seguir
aunque en esta insinuación de vida regrese
al café desabrido y los malos guisos
a la compañía vespertina puntual de mis fantasmas
a la oración por quienes amo
al universo entero
casi a punto de colapsar y revelar sus misterios,
esas simpáticas partículas de las que vengo
hecha,
pero no demasiado
apenas, un poco.
martes, 25 de abril de 2017
Una veintena de días
Parece una divertida coincidencia
y sin embargo no lo es
que en una veintena de días
no ponga un pie en el diván, ese silloncito raro
para depositar cada jueves las peores
expectativas de la galaxia.
En particular ese lugar en el universo entero
donde edito frente a un total desconocido
este discurso breve
de mi particular existencia
y formas de habitar el mundo
que le acompañan.
Así como las plantas.
Se me ha ocurrido que
para celebrar este primer aniversario de vérmelas
con un psicoanalista cada semana
debo quejarme menos concentrarme más
aceptar lo posible.
Subir al Machu Picchu,
estrenar una columna como hace todo mundo.
Disfrutar.
Ponerle cara a este deseo que parece demasiado mío,
sostenerle con un aviso de me quedo
por tiempo indefinido. O no.
miércoles, 12 de abril de 2017
Una temporada con Lacan
Mercurio retrógrado se expande por las habitaciones de mi casa. No estoy acostumbrada a decir "mi casa" respecto a este espacio, siempre preferí nombrarle "la casa de mi madre", "planeta lu", o cualquier apodo.
Hace un año que voy a psicoanálisis.
-Te leo un poco en rush en twitter. ¿Estás bien? -Preguntó Ana Laura aquel día que marchamos juntas sin siquiera conocernos. Su psicoanalista está de vacaciones.
Y a decir verdad nunca había llorado tantas veces en el metro.
Es muy extraño aprender a no cobrarse el autocuidado como lujo expuesto en el aparador de los logros personales. Es muy raro aprender a decir estoy creciendo y ya.
Hace tiempo no huyo a ningún lado, y con esto no quiero decir que ahora sepa quedarme, comprometerme, asumir.
-No te dejaste caer, te caíste. -Dijo el analista la pasada sesión.
Tal vez encontré la metáfora de mi vida y en consecuencia borré todas las fotos de mi ex; eran tan pocas que me pregunto pero cómo puede ser. No se comparten cuatro años así como así sin tener solo diez selfies.
Renuncio cada que puedo a esta versión de mundo limitativo. Quiero tomarme 700 selfies y qué.
Me siento muy triste todavía pero ya no tiene que ver con alguna persona y otra. No es el fin del mundo, también me siento amada y escuchada.
Desistí a tener una mejor amiga, una mejor condición laboral, un padre cariñoso que no me deje plantada y quiera aparecerse por ahí con el único propósito de lavar su mala conciencia.
¡Es más! Compré una maleta cara y renové mi pasaporte por diez años, para irme sin consultas populares previas, sin los consejos de otros cristianos, sin la excusa de hacerme la muy enamorada.
Total que me he despedido -eso sí, con intermitencias- de aquellas personas que no pueden amarme nomás porque no.
Y con todo mi miedo, todavía a oscuras esperando renombrar cada cosa, escribiré una columna mensual en una revista de cine, me las veré repitiendo las mismas canciones, el mismo Bad Moon Rising, el mismo you don't know what is life.
To love somebody.
La misma pésima caligrafía. La misma necedad de prohibirme calcular la vida en saldo a favor o en contra.
He entendido -eso sí, con reservas- que nada tiene de malo acudir por un abrazo cada martes por la noche cuando el mundo no da de sí.
Y es más lo agradezco. Porque a estas alturas no sabría nombrar este día a día sin las bromas de Emmanuel, sus abrazos y su gatita, nuestros agaves. Nuestro presente.
No alcanzan casi cincuenta minutos para escribirlo todo.
Hasta aquí dejamos por hoy.
Hace un año que voy a psicoanálisis.
-Te leo un poco en rush en twitter. ¿Estás bien? -Preguntó Ana Laura aquel día que marchamos juntas sin siquiera conocernos. Su psicoanalista está de vacaciones.
Y a decir verdad nunca había llorado tantas veces en el metro.
Es muy extraño aprender a no cobrarse el autocuidado como lujo expuesto en el aparador de los logros personales. Es muy raro aprender a decir estoy creciendo y ya.
Hace tiempo no huyo a ningún lado, y con esto no quiero decir que ahora sepa quedarme, comprometerme, asumir.
-No te dejaste caer, te caíste. -Dijo el analista la pasada sesión.
Tal vez encontré la metáfora de mi vida y en consecuencia borré todas las fotos de mi ex; eran tan pocas que me pregunto pero cómo puede ser. No se comparten cuatro años así como así sin tener solo diez selfies.
Renuncio cada que puedo a esta versión de mundo limitativo. Quiero tomarme 700 selfies y qué.
Me siento muy triste todavía pero ya no tiene que ver con alguna persona y otra. No es el fin del mundo, también me siento amada y escuchada.
Desistí a tener una mejor amiga, una mejor condición laboral, un padre cariñoso que no me deje plantada y quiera aparecerse por ahí con el único propósito de lavar su mala conciencia.
¡Es más! Compré una maleta cara y renové mi pasaporte por diez años, para irme sin consultas populares previas, sin los consejos de otros cristianos, sin la excusa de hacerme la muy enamorada.
Total que me he despedido -eso sí, con intermitencias- de aquellas personas que no pueden amarme nomás porque no.
Y con todo mi miedo, todavía a oscuras esperando renombrar cada cosa, escribiré una columna mensual en una revista de cine, me las veré repitiendo las mismas canciones, el mismo Bad Moon Rising, el mismo you don't know what is life.
To love somebody.
La misma pésima caligrafía. La misma necedad de prohibirme calcular la vida en saldo a favor o en contra.
He entendido -eso sí, con reservas- que nada tiene de malo acudir por un abrazo cada martes por la noche cuando el mundo no da de sí.
Y es más lo agradezco. Porque a estas alturas no sabría nombrar este día a día sin las bromas de Emmanuel, sus abrazos y su gatita, nuestros agaves. Nuestro presente.
No alcanzan casi cincuenta minutos para escribirlo todo.
Hasta aquí dejamos por hoy.
martes, 28 de marzo de 2017
Postal de viernes
Esta casa
apenas descrita
habitada
por tus horas
que se estampan
huella a huella
en sus muros
avidriados
la mínima
distancia del vector
su trazo de azar
más tarde
nombrado encuentro
tendido al sol
que da al pasillo
cada mañana
es el mismo lugar
donde busco
tu espalda
mientras remo
a otro silencio
más sereno
y cauto
con el sigilo
del juego
que los niños recrean
atrás en el patio
mientras aquí
nosotros
desnudos, tendidos
abiertos
compartimos
la sospecha y el pan
de ir llegando
al amor
apenas descrita
habitada
por tus horas
que se estampan
huella a huella
en sus muros
avidriados
la mínima
distancia del vector
su trazo de azar
más tarde
nombrado encuentro
tendido al sol
que da al pasillo
cada mañana
es el mismo lugar
donde busco
tu espalda
mientras remo
a otro silencio
más sereno
y cauto
con el sigilo
del juego
que los niños recrean
atrás en el patio
mientras aquí
nosotros
desnudos, tendidos
abiertos
compartimos
la sospecha y el pan
de ir llegando
al amor
jueves, 23 de marzo de 2017
La primaria
Poemas para crecer
Es así que me alejo
en medio de la noche tranquila
sin decir nada.
La ternura del disfraz
que solía envolver la existencia
breve de mis seis años
toma mi mano.
Repito de memoria algún verso
ajeno a la historia,
me sé.
La ciudad representa
aquellas cosas que no forman parte
ni son
y todos extrañamos
quizá porque teníamos
mucha prisa
mucha tarea
mucha tristeza
mucha infancia
y poco tiempo.
Repito de memoria algún verso
como quien insinúa
la legítima necesidad
de ser amada.
Se llega tarde a la escuela
a los deseos desteñidos
que siempre nos parecen
demasiado deformes y olvidados
aunque allí estén.
martes, 21 de febrero de 2017
Asuntos que no se tratan de mí
Poemas para crecer
Amanece.
La escarcha de lo irremediable asoma,
los discos quietos, los libritos empezados.
No estás.
Elijo ver en ti
y con medida curiosidad hago un repaso de tus tallos,
de los colores que adornan tu casa.
-La sonrisa y el olor de Emmanuel en las mañanas.
La alberquita de te de manzana a todas horas pendiente
para zambullirnos en el mundo y naufragarnos,
tus orillas indagando en lo cotidiano,
el rincón de la epidermis donde cuelga
tu corazón
de nube.
Elijo verte crecer
junto a las plantas que habitan tu cuerpo en calma,
en tu temor a la muerte las mañanas de otoño,
en la magia de tu océano,
-y afuera las olas que rompen
la primera noche del año
quizá la única
en la violencia de tu pelo,
en tu regreso de Cuba,
y cariños para Naila.
Elijo este aprendizaje
rotundo sobre la necesaria prudencia,
el café de tu cocina, la caminata a ciegas que sube
a tu iglesia y lógica más cercana,
la extensión de tu tierra con el paso del tiempo,
todas las razones del universo para empezar de nuevo:
tu compasión,
tu raíz libre.
miércoles, 8 de febrero de 2017
* objeto a
solo
mirando
al fondo
de la nube
el mar
la planta
el deseo
emerge,
es
posible
ser
a través
de lo que
sin definición
nos mira
nos toca
lunes, 16 de enero de 2017
Presente fluvial
Soy mi propio río, a su orilla crecí;
me miro vivir con el respeto que se contempla la flor,
con la humildad que se mece el junco.
Mis ecos no tienen prisa en penetrar más geografía
que la de mi propia existencia.
Acudo aquí para reunirme conmigo, para hablarme
bordando tristezas de colibrí en la blusa
de aquellas que fui, sumergida en jazmines.
Reposo en la voluptuosidad de la tarde y destapo
mi vientre de luna,
mis pies de pan,
mi espalda de arena.
Celebro conmigo los días, mi tiempo
el presente fluvial
en que se estrechan los proyectos y los sueños.
Finalmente me escucho, la selva me anuncia, soy otra,
ahora somos dos que charlan
en nuestro delicioso jardín de treinta años.
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