Una vez me enfrasqué en una discusión bastante intensa con dos compañeros respecto a los problemas que representa interactuar con otra persona. En cualquier circunstancia, sin tomar mucho en cuenta la relación que se extienda con los sujetos, comentaba que hay dos partes que marcan mi manera de comunicarme con los demás. En un extremo existe un simulacro de verdades ofrecidas y en otro un fenómeno perturbador frente a la imagen creada de aquello que está ahí. No sé bien cuáles pueden ser los fundamentos teóricos que sustentan tal afirmación pero el asunto, desde entonces, ha rondado buena parte de mis actividades como comunicóloga.
De antemano me disculpo por el exceso de alegorismos con los que suelo adornar mis letras, me gustaría contar con una capacidad más amplia para desarrollar ideas de corte teórico lejos de metáforas cursis, sin embargo estoy conciente que tal ejercicio lleva tiempo y estudio –elementos que siempre quedarán cortos- para articular ideas concisas y claras. Aunque también creo que incluir fantasías en este juego retórico me permitirá acercarme a aquellos que por azar o por decisión se acerquen a esta bitácora de otra manera. Esta serie de oraciones no pretenden más que expresar mi conmoción frente a un mundo devastado y poco me interesan las opiniones que lejos de contribuir a enunciarme mejor frente al reto que compromete a la juventud con el país, terminen por descalificar mi trabajo y el de otros compañeros en discusiones intelectuales de última factura, aglomeradas en una elite similar a la que está de moda criticar.
Comentaba en aquella ocasión que avanzar en compañía siempre representa actuación, bastante compleja, para ser empático con los integrantes de nuestro sistema social inmediato. Los últimos meses me he ocupado en observar pequeños actos comunicativos y casi siempre doy con aquellos que han saltado al vació y con aquellos que esperan dar tal brinco aunque tal evento represente una ruptura manifiesta con una serie de hábitos aprehendidos desde un juego de significación que nunca es propio.
Podría pensar que no se trata de un solo salto, al contrario, se salta hoy como se ha saltado ayer y como seguramente se saltará mañana. Los seres humanos estamos predispuestos a mutar en aquello que resulte más conveniente para la ocasión; lamentablemente –y alguna vez ya lo habré dicho en el blog- conocemos muy pocas claves para acercarnos a un plano de realización más elevado que el promedio con el que la sociedad aparentemente ha logrado mantenerse cuerda. Estas formas, sobra decir cívicas, siempre se reducen a la amistad con fulanito, la relación laboral con menganito, la relación sentimental con marianita y la acción coital con susanita. Dicho de otra forma, pareciera que más allá de la religión, política, economía y familia, no hay otra clase de acción para incidir en el entorno. Este asunto me inquieta.
Y seguro no seré la única inmersa en tal atavismo, entonces imagino a todos quienes alguna vez hemos recurrido a la escritura como herramienta para despejar el tráfico mental flotando en la nada, suspendidos, resolviendo el conflicto brutal que la autoconciencia demanda. Del otro lado están los otros con temor a arrojarse, aunque algunos mantienen los pies al filo de la orilla.
Podría pensar que no se trata de un solo salto, al contrario, se salta hoy como se ha saltado ayer y como seguramente se saltará mañana. Los seres humanos estamos predispuestos a mutar en aquello que resulte más conveniente para la ocasión; lamentablemente –y alguna vez ya lo habré dicho en el blog- conocemos muy pocas claves para acercarnos a un plano de realización más elevado que el promedio con el que la sociedad aparentemente ha logrado mantenerse cuerda. Estas formas, sobra decir cívicas, siempre se reducen a la amistad con fulanito, la relación laboral con menganito, la relación sentimental con marianita y la acción coital con susanita. Dicho de otra forma, pareciera que más allá de la religión, política, economía y familia, no hay otra clase de acción para incidir en el entorno. Este asunto me inquieta.
Y seguro no seré la única inmersa en tal atavismo, entonces imagino a todos quienes alguna vez hemos recurrido a la escritura como herramienta para despejar el tráfico mental flotando en la nada, suspendidos, resolviendo el conflicto brutal que la autoconciencia demanda. Del otro lado están los otros con temor a arrojarse, aunque algunos mantienen los pies al filo de la orilla.
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