Se conocieron diez años atrás en la fiesta de Guillermo, aquélla fue la primera vez que Óscar vio a María en su vestido azul eléctrico. El atuendo combinaba con el gris del espíritu; acaso con la mirada triste o la voz grave. Óscar quedó hipnotizado, por primera vez tenía enfrente a una mujer igual de perturbada que él.
Intercambiaron teléfonos tras hablar rigurosamente de fotografía y artes plásticas, la charla había construido un puente muy largo entre ambos; Óscar estaba cada vez más conmovido ante la miseria de María. Mientras intentaba mirarla a los ojos, por un lapso mayor a cinco minutos, recordaba el cine de Lynch; la decadencia de los personajes femeninos configurados por el cineasta de pronto cobraban vida en esa mujer, escondida como un ratón entre humo y risotadas. Ella interpretaba con fervor el papel de la niña invitada a una orgía, él remembraba a Laura Dern o Isabella Rosellinni. Las palabras iban mezclándose con el aroma a sudor y exceso. Sería la octava ocasión que él se enamoraba a sus veinticinco años. Daba lo mismo. Guardó la tarjeta con el número telefónico sin perder ningún detalle de María, ningún milagro de María.
-La femme fatale –pensó Óscar dando la última calada a su cigarro.
-Nos llamamos –dijo María mirando sus zapatillas desgastadas- este fin no. Estaré trabajando hasta tarde. Cuídate. Ciao.
Óscar era periodista, María, fotógrafa de tiempo completo. Guillermo bailaba salsa con un negro, al fondo tres mujeres obesas inhalaban cocaína tumbadas sobre un taburete persa.
Óscar escuchó pasos torpes y apresurados por la bocina, luego algún lío con el cable de su interlocutor. Por fin María contestó el teléfono, el ambiente volvió a ser el de aquel antro en casa de Guillermo; otra vez aparecían los destellos del vestido, el alcohol y las gordas celebrando a Dionisio.
-Mi padre es pintor, enemigo de Tamayo. Creo que es por él que tomo fotos.
-Yo no recuerdo bien al mío.
-¿En serio? Pensé que dirías que era intelectual del gremio.
-No, para nada. Era trailero.
-(risas)
-¿Estás nerviosa?
-Un poco.
-¿Por qué?
-Hace mucho no conocía a alguien tan lindo como tú.
-Paso por ti a las nueve.
-Nueve y media.
-Está bien. Nueve treinta.
Óscar colgó el teléfono y siguió frente al monitor de la computadora. “Blue Velvet es una imitación barata de Hitchcock” encabezaba la crítica que publicaría el viernes.
Llevaban saliendo tres meses. Era octubre. Dieron un paseo por la Plaza Janeiro después de haber bebido pésimo café cerca de Casa Lamm. Pronto hubo un silencio bestial; la ciudad entera parecía haber sido encarcelada por algún tirano prohibiéndole el ruido de la cotidiana romería. Las sirenas dejaron de cantar y enloquecer a los hombres, los árboles obligaron a sus hojas a callarse, aun los autos decidieron ceder al mutismo. Todo ser se hizo transparente. Él cogió su mano y la llevó a su casa. El viento tuvo miedo de soplar y la luna aparecía en lo alto.
María nunca había visto tantos libros juntos, la buhardilla de Óscar le atrajo como luz a los moscos; su mirada iba entregándose lentamente a los títulos que él guardaba como su mejor tesoro. Miller, Flaubert, Calvino… Ella divisaba la colección y él le abrazaba la cintura; la giró hasta rozarse el aliento. Cuando sus miradas se enfrentaron, Óscar le bajó el cierre y luego el pantalón hasta los muslos. La nariz de María traspiraba gotas de sudor que le resbalaban hasta el cuello; estaba excitada, no cabía la menor duda. Los amantes habían esperado demasiado para el encuentro y por fin las bragas se humedecían al contacto con los sexos; las ganas dejaban de arrinconarse en títulos literarios.
Intercambiaron teléfonos tras hablar rigurosamente de fotografía y artes plásticas, la charla había construido un puente muy largo entre ambos; Óscar estaba cada vez más conmovido ante la miseria de María. Mientras intentaba mirarla a los ojos, por un lapso mayor a cinco minutos, recordaba el cine de Lynch; la decadencia de los personajes femeninos configurados por el cineasta de pronto cobraban vida en esa mujer, escondida como un ratón entre humo y risotadas. Ella interpretaba con fervor el papel de la niña invitada a una orgía, él remembraba a Laura Dern o Isabella Rosellinni. Las palabras iban mezclándose con el aroma a sudor y exceso. Sería la octava ocasión que él se enamoraba a sus veinticinco años. Daba lo mismo. Guardó la tarjeta con el número telefónico sin perder ningún detalle de María, ningún milagro de María.
-La femme fatale –pensó Óscar dando la última calada a su cigarro.
-Nos llamamos –dijo María mirando sus zapatillas desgastadas- este fin no. Estaré trabajando hasta tarde. Cuídate. Ciao.
Óscar era periodista, María, fotógrafa de tiempo completo. Guillermo bailaba salsa con un negro, al fondo tres mujeres obesas inhalaban cocaína tumbadas sobre un taburete persa.
Óscar escuchó pasos torpes y apresurados por la bocina, luego algún lío con el cable de su interlocutor. Por fin María contestó el teléfono, el ambiente volvió a ser el de aquel antro en casa de Guillermo; otra vez aparecían los destellos del vestido, el alcohol y las gordas celebrando a Dionisio.
-Mi padre es pintor, enemigo de Tamayo. Creo que es por él que tomo fotos.
-Yo no recuerdo bien al mío.
-¿En serio? Pensé que dirías que era intelectual del gremio.
-No, para nada. Era trailero.
-(risas)
-¿Estás nerviosa?
-Un poco.
-¿Por qué?
-Hace mucho no conocía a alguien tan lindo como tú.
-Paso por ti a las nueve.
-Nueve y media.
-Está bien. Nueve treinta.
Óscar colgó el teléfono y siguió frente al monitor de la computadora. “Blue Velvet es una imitación barata de Hitchcock” encabezaba la crítica que publicaría el viernes.
Llevaban saliendo tres meses. Era octubre. Dieron un paseo por la Plaza Janeiro después de haber bebido pésimo café cerca de Casa Lamm. Pronto hubo un silencio bestial; la ciudad entera parecía haber sido encarcelada por algún tirano prohibiéndole el ruido de la cotidiana romería. Las sirenas dejaron de cantar y enloquecer a los hombres, los árboles obligaron a sus hojas a callarse, aun los autos decidieron ceder al mutismo. Todo ser se hizo transparente. Él cogió su mano y la llevó a su casa. El viento tuvo miedo de soplar y la luna aparecía en lo alto.
María nunca había visto tantos libros juntos, la buhardilla de Óscar le atrajo como luz a los moscos; su mirada iba entregándose lentamente a los títulos que él guardaba como su mejor tesoro. Miller, Flaubert, Calvino… Ella divisaba la colección y él le abrazaba la cintura; la giró hasta rozarse el aliento. Cuando sus miradas se enfrentaron, Óscar le bajó el cierre y luego el pantalón hasta los muslos. La nariz de María traspiraba gotas de sudor que le resbalaban hasta el cuello; estaba excitada, no cabía la menor duda. Los amantes habían esperado demasiado para el encuentro y por fin las bragas se humedecían al contacto con los sexos; las ganas dejaban de arrinconarse en títulos literarios.
Es un cuento muy bien hecho. ¿O es acaso un relato de alguna aventura afortunada?
ResponderEliminarComo sea, !te quedo genial!
Muchas gracias por detenerte a leer, Yurian. Es un cuento, sí, aunque sólo subí la primera parte. Espero que la siguiente entrada no te decepcione. Contaré el desenlace. Recibe un gran saludo :)
ResponderEliminar