Lo detuvo.
-No, espérame. No creo que… yo…
-¿Hice algo mal?
-No es sólo que…
Y rompió en llanto. Llanto de horas y angustia. Óscar no entendía ni un demonio de lo ocurrido, quería amarla, penetrarla, pedirle matrimonio, dejarla lo matara, entregarse, morir en sus brazos. Se le ocurrió abrazarla y el llanto se hizo más fuerte. Poco a poco fue disminuyendo hasta convertirse en un pequeño adagio que lleva en su nota a las olas cuando baja la marea y el cielo predice mañana desgarrándose en tonos morados. María no habló.
Tiernamente se apartó de Óscar para escrutarlo con tal profundidad que él mismo sintió perder el aliento. Ella comenzó a desnudarse. Disimuló su temor y temblando desabrochó la camisa, luego alzó la frente buscando paradero. Así ocurrieron los hechos la noche que Oscar descubrió que María sólo tenía un seno.
Toda su vida se sintió como un monstruo, nadie sabía el secreto detrás de la ropa holgada, ni siquiera su madre. El seno de María nunca se desarrolló correctamente y el mundo no debía saberlo. Óscar prefirió no reaccionar de manera violenta. Entró en ella con todo el goce que la sorpresa le permitió; ninguna de sus amantes fue tratada como la bella María.
Trascurrieron más meses hasta ser casi doce, en medio de arrebatos, dulces histerias, música y literatura, los amantes siguieron frecuentando las fiestas de Guillermo. Amigos en común celebraban a la pareja pues veían en ellos un tal para cual, casi era una obviedad su encuentro en la vida. Ella era la mujer necesitada por Oscar en sus andares intelectuales. Quién mejor que una artista para conducir al escritor en ciernes al paraíso de la cultura nacional. Quién mejor para la musa que un hombre desvivido en amarla madrugada tras madrugada.
Alguna vez, discutieron porque él se rehusó a acompañarla a una fiesta de Guillermo.
-Ya fue mucho desmadre –argüía Óscar.
-Bueno, si no vas me puedo ir sola. Adiós.
Oscar se convirtió en maniquí cuando escuchó a María cerrar la puerta; la damita había ganado confianza en sí misma, ahora se sentía dueña del universo. ¿Quién contra eso? No Óscar. Él permanecía petrificándose frente a su monitor y críticas cinematográficas. Allá María con el amor que él le profesaba.
Guillermo usaba una estola de plumas color rosa, la amarró a María inmediatamente después de haber llegado a su casa.
-Te voy a presentar a alguien, muchacha -dio una nalgada a María y la tomó de la mano llevándola con un hombre robusto, quien se presentó como Rubén.
Atrás de ellos estaban las mismas gordas inhalando cocaína con el maquillaje descompuesto, como si en todo el año transcurrido ellas jamás hubieran salido de casa de Guillermo. Él sí había cambiado. Ahora se ponía impertinente con pocos tragos encima y no paraba de hablar sobre su antiguo amor Roberto; dejó de ser un cálido anfitrión de bacanales para convertirse en un cocainómano con aspiraciones de trascender a la heroína.
-¿Así que fotógrafa? –preguntaba Rubén mientras una de las gordas sentaba en sus piernas a Guillermo-, podrías mostrarme un día tu trabajo. Yo me dedico a la gastronomía.
María estaba más lúcida que de costumbre. Algo le produjo Rubén pues se portó particularmente agradable y segura de sí misma. Ellos también intercambiaron tarjetas y tuvieron una llamada telefónica para acordar una cita a las nueve treinta.
Además se sintió mujer como nunca, saberse deseada por dos hombres la entusiasmaba hasta el hueso. Por aquellas fechas recibió un premio nacional de pintura y salió con honores de la escuela de fotografía.
Por su parte Óscar se consumía entre la publicación de sus primeros cuentos, la angustia de estar pudriéndose lejos de María -recientemente ocupada a toda hora- y el resentimiento contra el nuevo mejor amigo de su novia, Rubén. Óscar no tenía el gusto de conocerlo, notaba en cambio la habilidad de María para perderse durante el poco tiempo compartido en una charla sobre las cualidades de Rubén como amante culinario.
En realidad, Rubén no tenía estudios comprobados de gastronomía; en primer lugar tenía un fetiche por las mujeres obesas, en segundo, obtenía ingresos económicos siendo dealer en las fiestas de Guillermo. Las tres obesas que inhalaban coca todo el tiempo eran sus clientas favoritas pues aceptaba de ellas, como parte del pago, se ofrecieran a su perversión sexual y devoraran desnudas cualquier comestible frente a él por horas.
Quizá a María el detalle poco le importaba, en todo caso ella tenía sus propios secretos. No pasó muco tiempo antes de abandonar a Óscar con el pretexto del poco tiempo ofrecido por el periodista a causa de sus compromisos con el diario. Se despidió de él clausurando con palabras el puente construido por ambos un año atrás, mientras hablaban de artes plásticas cuando Guillermo les celebraba ritos como a dos dioses.
Óscar no supo de ella en diez años. Quedó revolcado en su propia mierda ante la desesperanza de haber perdido a su mujer. La soledad lo sepultó con un premio de periodismo en la mano, publicaciones en el extranjero y el recuerdo indeleble de María en las sienes si alguna vez programaban en la Cineteca algún film de David Lynch. El amor de su vida se había marchado con un hijo de puta que la drogaba cada noche con cocaína antes de darle de cenar por lo menos tres kilos de comida.
Fue justo ahí el reencuentro, en la Cineteca. Transcurría el ciclo europeo de cine independiente, Oscar ocupaba su butaca cuando vio a lo lejos una mujer muy linda; era ella.
María continuaba con Rubén. Cualquier petición del tipo “borrón y cuenta nueva en nuestras vidas, yo con treinta y cinco, tú con treinta y tres” estaba anulada.
-He subido de peso.
-Eso veo –guardó silencio por un momento- casi me vuelvo loco sin ti.
-No hables así, ese no eres tú –María nunca se portó tan ingenua como entonces-, es mejor no llames a casa, ya sabes, Rubén…
Se despidieron y Óscar supo que ella jamás volvería, sólo le restaba una cosa por hacer; planeó con cautela cada detalle. La amaría como en los viejos tiempos, cuando los dos eran jóvenes y se descubrían así mismos entre sombras amarrados a una cama.
Rubén recibió a María con más gusto del habitual.
-Prueba ésta, la han enviado de Nigeria.
María aspiró con fuerza. Luego se sentó en la mesa disponiéndose a cenar langosta al azafrán y vino tinto. Al terminar fue a su habitación para recostarse, estaba por dormir cuando Rubén se acercó con un platón lleno del polvo blanco y lo puso frente a ella. María aspiró más de una veintena de veces. Aquello era la gloria.
Por un momento tuvo la necesidad de ser abrazada, recordó a Óscar y sintió ganas de llorar. Llamaba a Rubén pero ya no estaba, había salido a arreglar asuntos pendientes con sus clientas. Ahí estaba muriendo María con cocaína hasta el cerebro en el éxtasis del olvido; regresaba al estudio de Oscar frente a todos sus libros. Flaubert, Calvino, Alighieri…el olvido… Alighieri.
Óscar llegó a verla. La puerta estaba abierta así que entró adormecido por la fantasía de sentir a María nuevamente entre sus brazos, aquel pensamiento le embriagaba el ser entero. La encontró recostada con un plato vacío cerca de las piernas. La vio con los ojos cerrados y al creerla dormida fue a su lado; introdujo la mano por los rastros de cintura. La palpó. Recorrió el cuerpo todavía tibio hasta estacionarse en el seno, lo apretó firmemente; llegaba al templo prometido de su carne y se dispuso a hacerle el amor. Después de la descarga besó la boca azul. Recordó el vestido y la fiesta de Guillermo. Subió su cremallera y se sorprendió de no haberla despertado.
-Duerme bien.
Salió con sigilo de su casa, encendió un cigarrillo y notó muda a la ciudad, el recuerdo se avivó entretejiéndose con el presente, ni siquiera la brisa de la noche hacía en su soplar un ruido. La bella yacía en su lecho. No despertaría.