[Duración: 33 minutos]
A un año de tomar aquella foto titulada crucifixión.
Bien, no sé por dónde comenzar, el mal hábito de escribir sin constancia me hace dudar del resultado terapéutico. Quizá deba iniciar por el consejo de Julián sobre escribir no menos de hora y media cada día, así que este podría ser como en todo proceso de rehabilitación mi día uno. Pero vámonos más atrás a otro día uno, a uno que ocurrió hace 365.
Hace un año bla bla bla. Recuerdo que una noche igual de cálida que esta decidí no volver a casa, previo a ello consulté el i ching y entendí que debía volver pero transgredí esa imposición cósmica. Me fui y en este episodio sigo sin poder revelar de manera pública a dónde.
Me fui tan lejos que a la mañana siguiente no encontré el camino de vuelta. A la par, dos seres en los que deposité de distintas maneras el significado "amor" retribuyeron mis intenciones emancipatorias con violencia. Aquí ya no vuelvas, cada uno a su manera dijo.
La violencia acarreará más violencia, primera regla. Unas horas más tarde de aquel día que ahora describo cometí la estupidez de agarrar las pocas cosas que creía representaban mi estancia en un lugar y huí nuevamente, me llevé la ropa y las plantas.
Aquí hay algo importante que elaborar, aunque entonces no lo sabía: en cualquier relación amo y esclavo, suprimir alguna de esas dos palabras variables conlleva a que la palabra sin antónimo cobre un significado otro. Particularmente, aquel que asuma el significado de la palabra amo quedará enfermo para hacer que su esclavo vuelva.
Volví un poco más, solo un tiempo, traía conmigo la ropa y las plantas. Hay momentos que guardo en la memoria como aquellos que marcan el principio de un fin, largarme supuso eso, el principio de un caer al vacío cada vez más vacío, desarticulado y profundo.
Esa señal histórica en mi calendario trajo consigo más tragedias, de todo tipo. Entre abril del año pasado y abril de este año me parece solo haber protagonizado eventos llenos de miseria y destrucción, tiempos oscuros.
Comprendo que hay una relación muy estrecha entre un desbalance emocional y la búsqueda incesante de alguna muleta que sostenga aquello. Es decir, porque no sé si me explico, cuando una o uno atraviesa un episodio lleno de dolor buscará sentir intensamente por oposición algo muy parecido a un gran amor, igual de intenso. El chiste es sentir porque a veces suponemos erróneamente que no seremos capaces de hacerlo. Nos estamos deshumanizando.
La desesperación suele poner al corazón en lugares incorrectos aunque juremos que esos lugares son los correctos, aunque creamos que ya venían marcados en alguna carta astral. Forzaremos muchas cosas para afirmar este es el lugar correcto, nos mentiremos a nosotros mismos, todo con el fin de librarla rápido sin rasparse demasiado las rodillas.
Otra cosa que sucede es jurar que uno o una está sanando. Tenemos esta necesidad de reforzar la idea de nuestros propios procesos de reconstrucción frente a otros y otras. Este año observé que tiendo demasiado a sanar cada cinco meses o cuatro, o a lo mejor cada semana. De decirle al mundo ya a huevo, está todo bien, camino por la paz y la serenidad, me iluminé, estoy resuelta, no me duele nada. Nada de eso es de fiar.
Entonces están las falsas señales de verdad de nuestras más truculentas mentiras, de las más implacables. Por ejemplo, yo me inventé una alcoholemia en Mérida donde creí haber soltado a las personas que me habían lastimado. Pero solo me herí más, todavía me alcanzó para volver al DF más sola conmigo pero con la verdad-mentira inmediata de estar en camino a la sanación sino es que ya curada de un notable rechazo.
La serenidad de lo ya sanado no era del todo mentira pero tampoco era una certeza, o quizá era una muy débil, duró nada. Mis intentos de reconciliación con los demás duraban nada. Al menos agradezco a quienes en total prudencia me mandaron al cuerno para no ser arrastrados por el ciclón tan destructivo en el que me enfrasqué todo el año-pasado.